martes, 29 de enero de 2013

                      RESEÑA DE MARATÓN, DE ANDREA FREDIANI.


Maratón es uno de esos importantísimos acontecimientos del pasado, cuya historia se ha visto fuertemente entremezclada con un montón de aspectos legendarios. La historia nos ha llegado, por tanto, aderezada en buena medida con mitos que la han ido engrandeciendo aún más si cabe. Todos conocemos la hazaña de Filípides, ese infatigable hemerodromo que, según la leyenda, corrió 42 kilómetros tras la famosa batalla de Maratón, con el fin de llegar a Atenas para comunicar la victoria griega sobre los persas, antes de que los traidores a la Polis abrieran sus puertas al enemigo. También cuenta la leyenda que, tras alcanzar su meta y dejar su mensaje, cayó muerto a causa de las heridas sufridas en la batalla. Pero por lo visto, la proeza que sí llevo a cabo el hombre, fue la de salvar la distancia que había hasta Esparta (unos 240 Kilómetros), y en tan sólo dos días, para pedir ayuda en vista del desembarco de los persas.
 Por su puesto, no es mi intención analizar dónde termina la historia y comienza la leyenda. Tan sólo me propongo dejar aquí constancia de las gratas impresiones que me ha dejado el presente libro.


Siempre que nos acerquemos a la historia de las antiguas civilizaciones, esas que protagonizaron una era cuajada de leyendas, podremos comprobar cómo el mito se ve íntimamente ligado a la realidad. En este contexto resulta muy difícil discernir dónde termina lo primero y dónde empieza lo segundo. Sin embargo, al mismo tiempo nos encontraremos un terreno fértil para hacer que germine la semilla de avezados novelistas. 
 Maratón es sin duda uno de esos campos fructíferos, donde plantar la simiente de una apasionante historia novelada. No en vano, la propia Grecia clásica es uno de los periodos más íntimamente ligados a ese halo legendario.
 El autor de la presente novela sabe aprovechar estas circunstancias aquí expuestas. Incluso a la hora de elegir a sus personajes principales, decide exprimir al máximo la variedad que le brinda lo legendario. El encargado de llevar el mensaje crucial hasta Atenas no es solamente uno en este caso, sino tres.  Tres aspirantes a héroe que lucharán entre ellos y consigo mismos, para alcanzar una meta que va mucho más allá del simple cumplimiento de la misión encomendada. Bajo la distinta percepción que tienen cada uno de esos atletas, el autor nos adentra en una serie de disyuntivas y planteamientos existenciales. Contemplaremos a través de la mirada de esos y otros personajes, las ventajas e inconvenientes que puedan plantear los diferentes sistemas políticos y además podremos sentir en nuestra piel el orgullo que inflama el espíritu altamente competitivo de unos atletas. Por tanto, esta no es solo una carrera de fondo cuya finalidad se limite a dar un mensaje de victoria con el que salvar al pueblo ateniense, sino que significa un camino hacia las profundidades de la mente de esos atletas.
 Bajo esta premisa, el autor nos lleva de la mano a un periodo de la antigüedad donde dará comienzo la primera guerra médica.

 La historia comienza unos diez años después de que haya tenido lugar la famosa batalla. Por ese entonces los griegos están a punto de medir nuevamente sus fuerzas contra el terrible y más nutrido ejército persa, en la que será la batalla de las Termópilas. Esquilo, un dramaturgo griego que ha vivido en sus propias carnes la primera confrontación contra los persas, ocurrida en Maratón, recibe la visita de una misteriosa mujer. A partir de ahí ambos rememorarán la historia de esos tres competidores, que lucharon en el mismo bando, defendiendo una misma causa, pero al mismo tiempo rivalizando entre ellos.por conseguir una meta anhelada. Filípides, Eucles y Tersipo deberán exprimir al máximo sus posibilidades para alcanzar el premio que les hará encumbrarse sobre el resto. La gloria absoluta solo puede ser para uno de ellos y por eso habrán de demostrar quien es el mejor, ya no solamente sobre un estadio, sino en el campo de batalla.
 Desde el comienzo de la novela el autor nos aclara el hecho de que, aunque la versión más extendida sobre la proeza posterior a la batalla, lleva el nombre de Filípides, también hay otras fuentes que citan los nombres de Eucles y Tersipo. Cautivado por esta circunstancia, Andréa propone su propia versión novelada, donde otorga el mérito casi de una forma equitativa, para así proponernos una nueva visión de los hechos. Todo ello derivará en una apasionante historia donde veremos cómo se van alternando los momentos épicos con la retrospectiva visión de un Eucles profundamente condicionado por sus complejos. Se ve como un mediocre que nunca logrará arrebatar ningún triunfo a sus dos amigos. Aunque ha sido entrenado para ser bueno en todo, nunca ha llegado a ser el mejor en nada y eso es algo que está poco a poco minando su moral. Ha de conseguir destacar por fin por encima de sus compañeros y en el campo de batalla de Maratón, y en la posterior proeza que habrá de cumplir tras esta, ve por fin su oportunidad.

 Aunque el argumento va siendo desgranado mediante una visión que aborda constantes cambios, que oscilan cronológicamente entre hechos pasados y presentes, he tenido la sensación de que todo está tan bien construido que en momento alguno resulta fácil perderse en el hilo de la historia. Lejos de ello, me ha parecido bastante acertado cómo el autor va tensando y aflojando con atino toda la trama, haciendo que tengamos momentos de descanso y momentos de tensión. Durante los primeros tendremos la ocasión de ver ese mundo apasionante de la Grecia clásica a través de la mirada de unos ciudadanos altamente competitivos, tanto en el aspecto deportivo como en el militar y el político. Así mismo, durante los largos espacios dedicados a analizar la batalla, podremos contemplar todos los detalles de un momento bélico tan importante y decisivo. Aquí nos encontraremos a strategas de la época tan importantes como Temistocles o Milcíades, o el firme polemarco Calímaco. Pero también habrá personajes, como es el caso de Esquilo, que nos plantearán su propia visión, mucho menos apasionada esta por el aspecto militar, y más cercana por el contrario al mundo espiritual implícito en la poesía.

 Una novela muy recomendable sin duda, aunque cabe añadir que la traducción no me ha resultado lo suficientemente cuidada que debiera. En más de una ocasión me he tropezado con alguna palabra que no debería estar ahí, o incluso alguna que quizás faltara. Bueno, algo sin demasiada importancia y que no resta valor a la novela.

domingo, 20 de enero de 2013

                        LA ESENCIA SECRETA DEL JARDÍN IMPÍO.




(Al fin me he decidido a dejar constancia aquí, en mi blog, de esta serie de pequeños fragmentos extraídos de un diario de uno de mis personajes de “El jardín Impío”. Debo aclarar que dichos extractos no figuran ni en la novela ni en su secuela aún inédita, y que fueron escritos aún antes que las mismas, hace ya unos cuantos años. Por ello, quizás el estilo narrativo resulte algo más denso en algunos pasajes. Sin embargo, he considerado que a algunas personas quizás les gustase ahondar en el pasado de un tal Jaime, y por ello finalmente he dejado a un lado mis reticencias, para hacer públicos estos fragmentos. Mi intención es ir subiendo uno de ellos cada semana, esperando que alguien los encuentre al menos un tanto interesantes. Sin más, aquí les dejo con el comienzo de dicho diario).

DEL DIARIO DE JAIME (PRIMAVERA DE 1.997).

 Todavía recuerdo con claridad aquel aroma que embriagaba mi alma con dulzura, llenando mis pulmones de vida y deleitando mi sentido del olfato. Era tan intenso, que creo que cuando me abandonaba durante unos minutos a aquel éxtasis, perdía un poco de vida a cambio de semejante regalo de la naturaleza. Era sugerente, estimulante, arrebatador, e incluso a veces me dejaba sin aliento. Cada vez que lo sentía, mi corazón palpitaba con regocijo, mi pecho se henchía vigoroso de alegría, y percibía la vida en toda su real naturaleza.
Todos los sábados, durante aquella primavera, pasaba junto a aquel jardín exuberante, de belleza tal, que mi mirada se quedaba prendida de sus contornos y recovecos durante minutos. En verdad me resultaba difícil, e incluso me atrevería a decir doloroso, tener que dejar de contemplarlo. Había un cierto halo de misterio y romanticismo que rodeaba aquel pequeño paraíso. Cuando me adentraba en él, dejaba atrás un mundo estéril y oscuro, para internarme en otro exultante, que rezumaba vida y alegría por los cuatro costados.
Todavía hoy sigo creyendo que al otro lado de aquellas verjas que delimitaban su contorno, lo que había en realidad era una pequeña parte de otro mundo.
El sonido débil, e incluso sedante, de las bisagras bien engrasadas de la portilla de barrotes verdes, producía en mi una excitación que erizaba mis cabellos. Sin embargo, al mismo tiempo sentía una calma que arrullaba mis sentidos. Entonces avanzaba lentamente, internándome en aquel mundo donde proliferaba la hermosura, el verde, el blanco, el amarillo, el rojo, y todos los colores de la naturaleza en su más grandioso estado.
Hasta mí llegaba entonces aquella magnífica melodía de olores, colores y texturas. Incluso podía sentir el tacto liso de las piedras por las que estaba formado el estrecho sendero, que recorría el jardín en línea recta hasta la casa que había al final.
El amarillo resplandecía sobre la cara interna de los muros, cubiertos de alhelí y alamanda, el azul del Albarraz era como una pequeña parte del cielo junto a las piedras del camino, y el blanco de las margaritas surgía en casi todas partes por entre el verde de la hierba recortada.
Había un pequeño estanque a la izquierda de la corta senda, rodeado por frescos helechos, y engalanado con nenúfares que flotaban lánguidamente sobre su superficie plateada. También había diversos tipos de árboles frutales, cuyas ramas se verían en su momento dobladas por el jugoso peso de los manjares, abotargados con el aliento de la primavera y su semilla fértil.
Es curioso, pero de las decenas de veces que estuve en aquel lugar, la que recuerdo con mayor nitidez es la primera de todas. Del resto, tan sólo me queda perfecta memoria del olor a naturaleza. Las imágenes maravillosas se han ido emborronando a lo largo de los años dentro de mi cabeza. Cada vez que trato de evocarlas es como si se estropearan un poquito más, entre los dedos torpes y grasientos de mi mente.
Durante aquella primavera mis amigos y yo habíamos decidido ganarnos algún dinero, repartiendo por nuestra villa, engalanada siempre de bucólicos ropajes, un cierto número de rifas con las que se sorteaba un jamón. La mayoría de la gente siempre se mostraban dispuestas a comprárnoslas, y no porque les gustase el premio o por amabilidad hacia nosotros, sino porque en realidad les interesaba. La mayor parte de las ganancias iba a parar a la comunidad que sustentaba la organización de las fiestas del lugar, celebradas todos los años a finales de la primavera.
Como en realidad no éramos muchos los que nos dedicábamos a tal menester, y la villa era bastante grande, decidimos repartirnos el territorio a cubrir. Por desgracia o por fortuna para mí, aquel lugar maravilloso quedó dentro de mi parte.
Al principio no sabía quién vivía en la espléndida casa. En realidad ni siquiera sabía que existía. La primera vez que la vi enseguida me llamó la atención su emplazamiento, apartada de las otras casas, aislada del mundo en el que vivimos el resto de los mortales.
Acababa de cubrir todas las viviendas que había situadas encima de una loma que se alzaba sobre el valle. Más bien una antigua escombrera estéril, donde sólo crecían algunos arbustos y malas hiervas. Estaba justo sobre la ladera de una de las colinas de las que formaban la sierra montañosa que flanqueaba por el oeste aquella población. Fue entonces cuando vi la casa, allí arriba, al sureste del mundo, encumbrada sobre la cima de otra suave loma verde que se destacaba un poco de la escombrera.
Un manantial de luz bañaba sus paredes blancas y marrones, pues parecía que el lugar nunca dejaba de ser acariciado durante el día por los rayos del sol. En el resto de las zonas, las sombras siempre acababan por inundar los hogares al comenzar la tarde.
Sin que entonces supiera por qué, mi corazón se aceleró repentinamente ante aquella visión. Una mezcla de terror instintivo, y sugerente excitación, invadió mi alma. Y aunque una voz interior insistía encarecidamente en que me alejara de allí, no pude reprimir el impulso, alimentado por la curiosidad, de dirigirme hacia la casa.
̶ ¡Buenas tardes, Jaime! – me saludó alguien que pasaba junto a mí en esos momentos. Lo cierto es que su voz me llegó como desde otro mundo, pues ahora mis sentidos estaban puestos casi por completo en otra parte ̶ ¿Te sucede algo? Te noto muy extraño.
̶ ¿Eh? ... Ah, no, no, es que estaba pensando en... en si le había dado bien el cambio a la señora Pura – le dije, saliendo de mi ensimismamiento. La verdad es que sabía perfectamente que le había dado bien la vuelta a aquella señora. Pero tenía que inventarme algo para que Rufo, el que me había saludado, me dejara tranquilo de una vez.
-Entonces no te distraigo más. Que tengas buen día –, concluyó el joven, apretando el paso en dirección a la parte baja del pueblo, donde estaban los bares, frecuentados por gente ya jubilada o jóvenes como Rufo, que llegaban de sus trabajos y se iban a “echar la partida”.
No tardé casi nada en subir la pronunciada rampa de hormigón, de superficie estriada, mientras las decenas de monedas se mecían y bamboleaban en el interior de mi riñonera. Al momento ya estaba frente a los muros y el enrejado que bordeaban la casa y el jardín.
Luego me interné en él abriendo la portilla, y preguntándome si al dueño del lugar le importaría aquella intromisión. Lo cierto es que no había ni un simple candado que así lo indicara.
<<¿Quién vivirá aquí?¿Estará en estos momentos?>> Me pregunté con cierto nerviosismo, mientras llegaba frente a la puerta de madera de pino, barnizada con tal maestría que casi me podía ver reflejado en ella.
Tardé unos segundos en reunir el valor suficiente para llamar al timbre. Cuando al fin lo hice, tan sólo un silencio inquietante me respondió. Volví a hacerlo una segunda, una tercera y hasta una cuarta vez, pero nadie contestaba. No sé por qué, pero sentía la necesidad de saber quién vivía allí, de ver a esa persona. Normalmente, cuando no respondían a mis llamadas, simplemente daba media vuelta y me iba indiferente.
Pero esta vez era distinto. Algo me llamaba desde el otro lado...
Y cuando ya estaba convencido de que nadie me abriría la puerta, y una pésima decepción me hizo sentir totalmente deprimido, me di la vuelta lentamente, disponiéndome a salir del jardín. Fue entonces cuando oí que alguien abría la puerta a mis espaldas.
̶ ¿Desea algo, joven? –. Aquella voz de terciopelo llegó hasta mi corazón como un rayo de luz eléctrica que hizo estremecer todo mi cuerpo.
̶ Sólo venía por si usted querría comprar alguna... – comencé a explicar atropelladamente, a la vez que me daba la vuelta para mirar a la dueña de aquella voz. Lo que vi entonces me dejó sin habla, y por poco sin aliento. – Usted... es... es...
̶ ¿Si? – me increpó entonces la mujer con extrañeza, clavando en mí una mirada interrogativa, con aquellos maravillosos ojos oscuros.
̶ Perdón, pero es que me recuerda mucho a una profesora que tuve hace años, cuando tan sólo era un niño. Pero no puede ser, pues ahora ella sería bastante mayor que usted – me expliqué, sin dejar de asombrarme ante el parecido que había entre aquella mujer y mi antigua profesora.
̶ Oh, claro, lo entiendo – dijo ella, mientras una espléndida sonrisa de comprensión iluminaba su bello rostro –. Seguramente te refieres a mi madre. Todos dicen que nos parecemos mucho.
̶ ¿Su madre es la señorita Rosa? – le pregunté, frunciendo el ceño en un gesto apreciativo, curioso.
̶ En realidad ahora es “la señora Rosa” – me indicó la joven, aún sonriente, y algo divertida por mi actitud pueril y vergonzosa –. Hace años que se casó y me tuvo a mí –. Al decir esto extendió sus brazos hacia abajo con aire coqueto y mostró una pose sugerente que quería decir: ¿Te gusta lo que mis papás hicieron en una sola noche? Sin embargo todo esto lo hacía siempre con actitud divertida.
Pero lo cierto es que cada gesto, cada movimiento suyo me volvía completamente loco. Era como contemplar a una diosa desenfadada y juguetona, que desbordaba lozanía y suspicacia. Aquellos cabellos lisos y morenos, de los que a veces se desprendían destellos plateados, su firme nariz recta y ligeramente respingada en su punta, sus cejas oscuras y perfiladas, aquel rostro fino de piel tersa, sus ojos oscuros, en los que a menudo resplandecía una lascivia poco disimulada y efímera bajo unas pestañas largas y curvas. Todo en su cara me hacía estremecer de gozo, hasta aquel lunar pequeñito que tan bien lucía a la altura de su pómulo izquierdo.
Su cuerpecito, elástico y moldeado, de sensuales curvas e hipnotizadores contornos, haría tartamudear a los mismos dioses. Sus muslos macizos eran como dos deliciosos bocados, caídos desde el cielo de su turgente trasero y su estrecha cintura. Sus pechos, tiernas colinas del paraíso, ocultas siempre para los extraños para no provocar su locura, bajo jerséis de gruesa lana, o como poco blusas de fina seda.
̶ ¡Eh! ¿Hay alguien ahí dentro? – preguntó juguetona, mientras agitaba su mano frente a mi cara –. Parece que te has quedado petrificado.
̶ Lo... lo siento, es que estaba pensando en que... en que si querrías comprarme una rifa – balbucí, mostrando luego el mazo ya sustancialmente reducido de las mismas.


A partir de ese día, me pasé el resto de la semana esperando a que llegase el sábado para volver a verla. Pensaba en ella cada segundo de mi vida. Me la imaginaba desnuda, sonriendo con aquel gesto burlón y lascivo que tan loco me volvía, danzando jadeante sobre mi cuerpo.
 Cada vez que la tenía frente a mí sentía aquel enorme gozo que colmaba mi ser. Pero es cierto que desde el principio noté también una inquietante angustia, cuya razón no alcanzaba a vislumbrar.
Su cuerpo siempre estaba perfumado y olía a suave naturaleza. Cuando la tenía frente a mí me llegaban imágenes de arroyos cristalinos, del rocío sobre las alfombras verdes de las praderas, de las nubes eyaculando sus blancos copos de nieve y fecundando con ellos a la tierra. Pero había siempre un rincón oscuro en mi mente, que también era despertado ante su visión. Lo malo es que nunca conseguía ver lo que se ocultaba entre sus sombras.
 Este recelo se hacía mayor cuando a veces pensaba que algo en ella parecía irreal, o más bien diría, en cierto modo artificial.
Pero todo esto era eclipsado por la irresistible atracción que en mí suscitaba. Jamás olvidaré el día que rozó mi mano con las yemas de sus dedos, cuando me daba las monedas para pagar la rifa. Todo mi cuerpo sintió entonces un escalofrío de placer, como si una pequeña corriente eléctrica lo surcara en una fracción de segundo, estimulando cada músculo, cada célula del mismo.
 - Parece que ya es sábado otra vez, ¡Eh! – me dijo entonces, y nuevamente creí ver brillar en su mirada aquella lujuria apenas contenida y disimulada -¡Cómo pasan los días! ¿No crees? – luego solía apoyar su hombro sobre el umbral de la casa, cruzaba sus piernas con aire coqueto, y parecía esperar divertida mi reacción siempre temblorosa, y mis tímidos tartamudeos.
 - Si... si, creo que el tiempo se me escurre entre los dedos –. Por desgracia yo siempre solía por entonces soltar aquel tipo de estupideces cuando estaba ante una mujer hermosa. Pero esta era mucho más hermosa que ninguna, y por lo tanto es comprensible mi atolondramiento.

lunes, 14 de enero de 2013

RESEÑA DE NORTHUMBRIA, EL ÚLTIMO REINO, DE BERNARD CORNWELL.


Tejen las hilanderas a los pies de Yggdrasil, el árbol de la vida,  el destino de los hombres. Mientras en el salón del Valhalla los espíritus de los guerreros beben, comen y cantan, a la espera del fin de los tiempos, allá en Midgard sus compadres sufren los avatares de ese continuo trajín, que jamás interrumpen las hilanderas. El joven Uhtred ha nacido bajo el creciente fervor del cristianismo, en una Inglaterra que vive a la sombra de las premisas de esa temerosa doctrina. Su propio linaje aún sigue vagamente ligado, en ciertos aspectos, a las casi olvidadas tradiciones paganas. En la misma bandera de su familia todavía puede observarse un vetusto recuerdo de ese pasado. Pero ahora el rumbo que tejen las hilanderas lleva por derroteros más piadosos a la estirpe de ese muchacho, quien por el momento ve subyugadas sus ansias de volar por el peso de la fe que intentan inculcar en él. Hasta que un día los "dragones" llegaron desde el otro lado del mar, partiendo las olas entre lluvias de espuma con sus pechos de madera. Sobre sus lomos llegaban hombres barbados cuyo corazón venía inflamado por la sed de conquistas y sangre. Los remos batían las aguas con vigoroso ritmo, mientras los hombres del norte alzaban sus coros de guerra. Traían consigo las voces de unos Dioses que habían sido apartados por el Credo de la nueva religión. A partir de entonces Uhtred conocerá tiempos más turbulentos, donde la brutalidad y los excesos alternarán su protagonismo con la honestidad, el cariño y el humor más desenfadado. Los vikingos habían llegado a su tierra, y venían con hambre de riquezas y vidas cristianas. Sin embargo Uhtred ya no tenía miedo. El martillo de Thor golpeó con furia sobre su patria, pero de esa lluvia de fragmentos pétreos y terrones de tierra surgieron promesas de emocionantes batallas. La vida del muchacho ya no estará desde entonces condenada al tedio de las largas clases de caligrafía a las que le condenaba el padre Beocca, su mentor particular. No habrá de despellejarse más las rodillas en plegarias fútiles, elevadas a un Dios en el que no cree. Una nueva forma de vida acaba de dar comienzo para el joven hijo de un ealdorman.

 En pleno siglo IX los rudos daneses surcan el mar  en busca de tesoros, tierras y gloriosas victorias. Bajo el mandato de Ivar "Saco de huesos" y sus hermanos Ubbar y Halfdan, extienden su terror por los territorios de las islas británicas. Con ellos va también Ragnar, ese fornido danés de rubios cabellos y luengas barbas, cuyo buen humor es sólo comparable a la brutalidad de su espada durante la batalla o los encarnizados saqueos. El destino de Uhtred estará profundamente ligado al de este hombre a partir de ese momento. Son tiempos difíciles para Inglaterra y el joven vivirá en medio de esa tempestad de pugnas, sacudido por realidades muy crudas, a las que hará frente con una sed insaciable de lucha.
 Esta es una novela que rebosa verdades por los cuatro costados. Y en ocasiones, esa misma realidad es tan cruenta, que uno llega a sentirse un tanto angustiado ante la brutalidad inherente a la raza humana. Pero la historia es así, y así es justo contarla. Nadie escapa a la corrupción, nadie alcanza virtudes piadosas dignas de alabar, pues todos en algún momento u otro comenten atrocidades en este mundo beligerante. Pero también hay espacio en él para la honestidad y el amor. No todo es cercenar cabezas o atravesar estómagos con el filo de una espada bien forjada. Y al final, en cierta medida, vemos cómo estos sentimientos acaban por imponerse, aunque sin llegar a eclipsar esa sed insaciable de sangre que inflama el orgullo de nuestro protagonista.

 El libro parece bastante bien documentado, e incluso al final encontramos unas notas que hacen referencia a lo que hay de verdad histórica y lo que hay de ficción. También ahí se nos aclara el hecho de que, la denominación de "vikingo", hace más bien referencia a un estilo de vida que a un pueblo. Un estilo de vida basado en el saqueo relámpago de hombres surgidos del mar, casi como fantasmas ocultos en la niebla.
 Cabe resaltar lo bien construidos que están los personajes ficticios. Nos son mostrados con características muy humanas, con todo lo que ello conlleva y de este modo es fácil que nos veamos arrastrados por sus sentimientos. Algunos de mis favoritos son el propio Ragnar el Temerario o ese herrero que servía al padre de Uhtred, aunque este último apenas aperece en unas cuantas páginas. Aunque lo cierto es que lo hace de manera muy significativa, y representa a mi juicio la nostalgia de unas culturas paganas que se han visto en buena medida aplastadas bajo el ferbor del cristianismo.
 En definitiva, una muy buena novela donde encontraremos acción, emociones a flor de piel e historia entremezclada con una ficción muy sabiamente encajada. Una lectura a mi juicio muy recomendable. Y lo mejor de todo es que la saga no ha hecho más comenzar.

miércoles, 9 de enero de 2013


UNA EXCELENTE ANTOLOGÍA DE RELATOS REVISADOS DEL GRAN MAESTRO LOVECRAFT.



Si ha habido alguna vez un escritor capaz de descender a las profundidades más oscuras y desconocidas del inconsciente humano, de atravesar el espeso manto de la bruma que establece lo racional, para adentrarse en ese abismo plagado de fantasmagóricas entidades irreconocibles por el hombre profano, ese fue sin duda H.P. Lovecraft. El escritor de Providence, ese personaje receloso de la luz del día, amante de solitarios y vetustos parajes donde el musgo añejo se ha adueñado de hasta el último rincón, ha sabido como nadie explorar esos territorios pantanosos que se extienden más allá de la consciencia, donde lo absurdo cobra forma y significado y amenaza con arrebatarnos la cordura de una fiera dentellada. Sus escritos, en ocasiones un tanto complejos, densamente labrados mediante el uso de un lenguaje cargado de adjetivos, y a veces un tanto redundantes, exploran con minuciosidad, con la sofisticación de un experimentado cirujano de las ideas, un terreno que no es aconsejable visitar, si uno no se asegura antes de dejar a buen recaudo un poco de su cordura, para luego recuperar la misma al regreso de ese viaje fascinante.
 El horror cósmico, los mundos oníricos o los universos paralelos serán algunos de los vastos escenarios analizados con precisión por el maestro del horror, en sus numerosos relatos. Lovecraft plantea un interesante abanico de posibilidades infinitas, en torno a la figura de una existencia que no duda en presentarnos frecuentemente como engañosa. Es cierto que la lectura de esas obras requiere en numerosas ocasiones de una concentración absoluta por parte del lector, pero no hay duda de que la recompensa bien merece la pena.

 En no pocas ocasiones me he maravillado ante las ideas tan pulcramente desarrolladas por la prosa de este maestro. Sus razonamientos van siempre mucho más allá de la superficie endeble de una realidad que observamos día a día con ojos de profano. Se atreve a hundir, sin pudor alguno, las afiladas garras de su creatividad sobre ese velo artificial que recubre nuestra existencia, y que esconde tras su engañoso manto unas verdades en ocasiones espantosas. Muy pocos autores son capaces de hacer que uno sienta de manera tan intensa todo aquello que describe en sus escritos: la humedad del ambiente, la opresiva atmósfera cargada de hedores nauseabundos o la superficie fungosa de un terreno revestido por la esencia de la podredumbre, pueden casi palparse gracias a la magia de tan grandiosa pluma. Sus personajes son casi siempre seres atormentados que se enfrentan a la insidiosa perfidia de sabios cuya mente galopa al mismo ritmo que su apariencia descompuesta se va disolviendo lentamente. 
 Hoy día muchos autores tienden a simplificar a la mínima expresión sus creaciones con la finalidad de que todo resulte mucho más claro. No critico esta postura y, por supuesto, la comprendo y a menudo la comparto. Pero de vez en cuando resulta altamente gratificante perderse entre los senderos sinuosos de una narrativa más compleja. Siempre he pensado que sería conveniente no aferrarse solamente a un tipo de literatura sencilla y sin florituras. Por ello considero aconsejable imbuirse de vez en cuando de una prosa un poco más densa, ya que sería una pena dejar que se desvaneciera en la nada todo ese arte un poco más arcaico.
 Lovecraft, a pesar de su uso un tanto abusivo de los adjetivos y sus redundancias, tiene un poder comunicativo tremendamente rico y magistral. Una vez nos hemos acostumbrado a los caprichosos meandros de sus descripciones, uno puede llegar a empaparse con la historia que está leyendo, a un nivel mucho más amplio y riguroso. Por otro lado su grado de percepción artística va mucho más allá del simple horror. Explora, como ya he mencionado, todo tipo de terrenos, muchos de ellos dentro del ámbito de la magia puramente onírica. También hay historia de antiguas y olvidadas civilizaciones entretejida en algunos relatos, razas desconocidas y a menudo aberrantes, y tanto lo grotesco y preternatural, como lo divino y lo hermoso, encuentran cabida en esos escritos.

 Una de las lecturas con que he comenzado este año 2.013 es esta magnífica antología de relatos suyos. Todos ellos son versiones mucho más fidedignas, según nos asegura quien las recopila, de sus escritos, ya que la traducción es mucho más fiel al original. Lo cierto es que me lo estoy pasando tremendamente bien y ya me he devorado la mayor parte del volumen pues, aunque muchos de los relatos ya los había leído anteriormente, siempre resulta gratificante acercarse nuevamente a este tipo de lecturas bajo una nueva perspectiva de quien ya ha alcanzo, con los años, un nivel lector un tanto más maduro y experimentado.
 Sin duda, pronto habré adquirido con tremendo regocijo el segundo volumen de esta colección y podré sumergirme también entre sus páginas para redescubrir o acercarme por primera vez a algunos relatos de este escritor, a quien muchos consideran un maestro del arte del horror.

martes, 8 de enero de 2013


                     RESEÑA DE "EL HOBBIT" DE J.R.R. TOLKIEN.




Con esta lectura he comenzado el presente año 2.013. Como ya comentaba en la anterior entrada, no es ni mucho menos la primera vez que me sumerjo entre las páginas de tan magnífica obra. Sin embargo, cada cierto tiempo siento el perentorio impulso de regresar a ese mundo mágico surgido de la imaginativa mente del escritor británico. Y en esta ocasión, esa misma necesidad se ha visto considerablemente reforzada por la reciente versión cinematográfica del libro.
 Por supuesto, mencionar que esta es simplemente mi visión de una novela que para mí significó muchas cosas en su momento, y que aún hoy día representa buena parte de mi forma de ver la literatura. Por lo demás, no pretendo que dicha visión sea observada más que con los ojos de la curiosidad, pues no soy ni mucho un experto en todo esto, y tan sólo gusto de referir mis impresiones y nada más.
 El hobbit es una novela sencilla, fácil de leer, pero sumamente entretenida para aquellos que gusten de unas horas de fantasía. De hecho, la obra es considerada como un relato infantil apto también para adultos, siempre y cuando estos se acerquen a sus páginas dejando atrás ciertos prejuicios que uno va adquiriendo con la edad, conforme se aleja del aspecto más mágico de su propio ser.  Sin embargo, esto no quiere decir que no haya cabida en sus páginas para momentos épicos, que casi son un preludio de lo que más tarde encontraremos en "El Señor De Los Anillos".




 Tras la intrigante escena inicial, con el inefable mago Gandalf saliendo casi de la nada, para conversar con un tranquilo Bilbo que fuma plácidamente delante de su confortable hogar, nos encontramos de "sopetón" con una docena de enanos más su líder. Una canción frente al fuego, tras una merienda copiosa que se ha solapado con una cena no mucho más frugal, nos da a conocer el propósito de todo. Bilbo se ha dado de bruces con aquello que siempre había tratado de rehuir: una magnífica aventura llena de peligros y sorpresas, elfos, tesoros perdidos e incluso un fiero dragón. A partir de ahí, el desdichado hobbit tendrá tiempo suficiente y motivos de sobra para echar de menos el acogedor regazo de su morada, de ese smial horadado  en una de las colinas de La Comarca. Pero al mismo tiempo el simpático personaje tendrá ocasión de experimentar su parte Tuck, su dosis genética que contiene la esencia aventurera de algunos de sus antepasados. Desde entonces no tendrá tiempo ni de coger uno de sus hasta entonces indispensables pañuelos. Se enfrentará al peligro de los trolls, a las vicisitudes de tempestades que azotan la cima de montañas casi impracticables, de sumergirse en las profundidades de grutas repletas de acechantes amenazas con forma de trasgo o huir de wargos rabiosos de corazón emponzoñado. También sentirá el vértigo de las alturas gracias a las regias águilas o la claustrofóbica sensación de atravesar un bosque donde la luz jamás riega sus entrañas. Y todo ello siempre con la meta última de un mal mucho más inquietante, como promesa eterna de su viaje hacia mundos lejanos.
 Es en cierto modo comprensible que el libro tenga bastantes características de una obra infantil, pues precisamente fue concebida por Tolkien como un cuento con el que amenizar las noches de sus hijos. Tengo entendido que era en fechas navideñas cuando relataba a sus hijos algunos capítulos de la genial historia frente al fuego de la chimenea. Tanto es así, que en principio el autor no tenía en mente que aquello que comenzó siendo una simple frase en un folio en blanco de uno de los exámenes que tenía que corregir, llegara a ser una novela impresa y publicada.

 La acción aquí se desarrolla de manera ágil y los tiempos se ven mucho menos dilatados que en "ELSDA". Cada pasaje es descrito de manera mucho más sucinta y con menos florituras, por lo que la acción, como digo, se acelera y no tenemos esa sensación de que ha transcurrido tanto tiempo durante el periplo de Bilbo y los enanos. Sin embargo, si pudiéramos traducir "El Hobbit" al lenguaje de "ELSDA", nos daríamos cuenta entonces de que en realidad la historia narra realmente una aventura de considerable duración y riqueza.
 Tolkien nos adentra en su mundo imaginario a través de un personaje humilde y sencillo. Hace que sintamos las mismas inquietudes que ese ser llamado Bilbo, tanto las que le aferran a las comodidades de su hogar, como aquellas que le instan a partir en busca de aventuras y vivencias excitantes, junto con un séquito de enanos y su líder. Bilbo representa el portal a través del cual el lector puede visionar La Tierra Media, ya que es el personaje que encarna de alguna forma nuestras facetas cotidianas. A través de sus ojos conoceremos a unos personajes fascinantes y llenos de locura, a unos enanos casi apátridas que regresan a su tierra primigenia para recuperar lo que es suyo, para arrebatárselo a un dragón delante de sus mismas fauces.
 En cuanto al universo interior de cada uno de los personajes, el autor nos da unas pinceladas básicas de cada uno de ellos y a partir de ahí somos ya nosotros quienes encauzamos con nuestra visión la personalidad que les completa. Quizás este sea un tipo de literatura de personajes muy estereotipados, muy arquetípicos, y por ello algunas veces da la sensación de que los mismos son quizás un tanto planos. Pero pienso que en realidad cada uno de esos personajes representa una faceta distinga del ser humano. Por ejemplo, Bilbo, como digo, sería el encargado de acercarnos hasta La Tierra Media bajo la visión de un ser más cotidiano, mientras que el enano Thorin se encarga de transmitirnos un aire más regio y grandilocuente, o el mago Gandalf nos muestra una faceta más mística, aunque bajo una perspectiva afable y amistosa.
 En esta obra el autor apenas indaga un poco más allá de la superficie de sus protagonistas. Bajo mi punto de vista esto no representa una carencia, sencillamente no hubieran encajado de otra forma un tipo de personajes más complejos en una historia de estas características.
 Me gustaría terminar mencionando la circunstancia de que, a pesar de la breve extensión de la obra, me parece que la misma contiene material suficiente como para que el mismo sea aprovechado y exprimido, incluso profundizando en aspectos más bien sugeridos que nos dejan unas cuantas preguntas. ¿Adónde iba Gandalf constantemente cuando abandonaba a los enanos y su "saqueador"?¿Con qué finalidad hacía estos viajes continuos de ida y vuelta? En la obra se esboza algo sobre cierto "nigromante" y los oscuros tentáculos de podredumbre que su negra magia extiende sobre algunos territorios. Al mismo tiempo también se habla brévemente de tiempos remotos y guerras entre enanos y trasgos e incluso se menciona a un tal Azog. Todo ello será aprovechado luego por Peter Jackson para engrosar un poco más su versión cinematográfica, permitiéndose la comprensible licencia de introducir algunos cambios para dar un enfoque un poco más amplio a su adaptación.