domingo, 30 de septiembre de 2012

            RESEÑA DE "EL CUARTO JINETE" DE VÍCTOR BLÁZQUEZ.






 Ritmo trepidante, multiplicidad de personajes y una narración bastante original son algunas de las premisas de esta primera novela de Victor Blázquez. Aunque soy un lector agradecido con las narraciones que no escatiman en detalles y recursos literarios, debo decir que la presente historia, narrada mediante una fórmula mucho más directa y fluida, goza de numerosas virtudes que atrapan enseguida a todo tipo de lectores. Algunos de los puntos fuertes de la novela son la variedad de personajes, la mayoría de ellos claramente definidos y con vida propia y el hecho, a mi juicio acertadísimo, de no focalizar todo el protagonismo en un solo personaje. Aquí no encontraremos a los típicos héroes virtuosos, que en otras historias parecen gozar de total impunidad ante los peligros que acechan en cada esquina, ni a los malos malísimos que no parecen verse afectados nunca por sus actos de vileza. Todo ello nos sitúa en el marco de una historia donde no sabemos cuándo y por qué podrá caer alguno de los personajes. Esto es un acicate importante a la hora de seguir pasando página tras página, siempre con la sensación acuciante de que nuestro personaje favorito puede ser eliminando de la historia de un plumazo, en el momento menos esperado.
Otra característica que diferencia la obra de Víctor de otras tantas del género, es la figura del narrador. Al principio, antes de la lectura, y conociendo esta premisa, no las tenía todas conmigo con respecto a este tipo de narración. Me parecía una tarea un poco difícil la de narrar una novela haciendo uso de esta figura mencionada. Sin embargo mis dudas fueron enseguida disipadas. El autor sabe perfectamente el terreno que pisa. No en vano, el mundo cinematográfico es para él un escenario de sobra conocido. De esta manera ha dado forma a un tipo de narrador muy cercano, que te lleva de la mano para mostrarte ese hermoso marco de postal donde se desarrollará la historia.

                                                                                                
                                                                                       Durante el transcurso de los primeros capítulos me he sentido ligeramente mareado por la variedad de personajes. Pero esta sensación pronto se ha evaporado, puesto que cada uno de ellos está claramente definido y uno puede ponerse en su pellejo sin ningún tipo de dificultad. También, y por lo menos en mi caso, es de agradecer este “colchón previo de tranquilidad” que Víctor nos concede durante estos capítulos. Me gusta que las historias, por adrenalíticas que sean, nos concedan algún momento de respiro para conocer el terreno y a los personajes. En este caso ese momento de calma está al principio de la novela y lo cierto es que me lo he pasado en grande visitando cada esquina de Castle Hill, siempre acompañado por ese narrador tan peculiar. Los últimos compases nos hacen sentir pena por lo que les ocurre a algunos personajes. Para entonces hemos llegado ya a conocerles lo suficiente como para tenerles cierto apego a algunos de ellos, o incluso asco a algunos otros.

Por último me gustaría mencionar algo que siempre me ha gustado en las novelas del género zombie, o de infectados, que yo englobo en el mismo género. Son historias que normalmente nos hacen recapacitar, a través de las angustiosas vivencias de sus personajes, sobre la insensata mentalidad del ser humano, que durante los últimos tiempos lo ha llevado a navegar casi a la deriva, sobre un océano de egoísmos y una cierta deshumanización. Son obras por lo general con un mensaje social, aunque siempre enmarcado éste dentro de una trama entretenida e intrigante. Quizás por ello la temática no haya sido una simple moda pasajera, y sí una forma artística de trasladar ciertas inquietudes y pensamientos a sus lectores.  Me alegra mencionar que "El Cuarto Jinete" se engloba dentro de esas obras de la temática que hacen bastante hincapié en este tipo de aspectos.

domingo, 9 de septiembre de 2012

RESEÑA DE "EL MANANTIAL" DE ALEJANDRO CASTROGUER.




Cuando una novela es capaz de hacer que nazca dentro de tu estómago un conglomerado de hondos sentimientos, con respecto a lo que sucede en las entrañas de sus páginas, sin duda alguna, ha de considerarse que la obra es realmente una creación con vida propia. He notado cómo, casi durante toda la lectura de la historia de Abel y Verona, el palpitar profundo de sus vivencias era trasladado en buena medida a los engranajes de mis sentimientos. He experimentando, siempre desde la cómoda postura del lector, protegido por esa barrera espacio-temporal que establece la magia de la literatura, un auténtico “manantial” de sentimientos azotando mi alma. Pero cuidado, porque en algunas ocasiones esa barrera puede ser salvada por aquello que bulle entre las páginas. Puede ser que te veas salpicado por la sangre y otras sustancias no menos desagradables, durante la lectura.
El autor de la novela no escatima en esfuerzos y medios a la hora de escarbar sin piedad alguna hasta lo más recóndito de esas mentes atormentadas, que suponen el portal por el que el lector se adentra en la historia. Hay momentos en los que la dureza de esas vivencias y la cruel meticulosidad del autor, a la hora de narrarlas, hacen que uno sienta en sus propias carnes el tormento vivido por los personajes. Todo esto propicia el nacimiento de múltiples preguntas en el lector. Y cuando una novela hace que te plantees preguntas, sin duda alguna es una novela con un valor añadido. Una de las cosas que más me han maravillado de la obra, es la forma progresiva de hacer que comprendamos, por duro que pueda parecer, que todo lo relatado está más cerca de la realidad de lo que podamos admitir. En un mundo donde prima la supervivencia, donde lo cotidiano ha confinado el alma de los personajes a las paredes de una existencia donde reina, ya no solo la angustia de poder verse convertidos en presas de seres inmundos, sino también la dureza del día a día, puede despertarse el frío aguijonazo en esos personajes, de querer romper la cotidianidad que les rodea. Abel y Verona se entregan por completo a la dictadura de su depravación, al liderazgo visceral de una imaginación corrompida por la drástica ruptura del mundo con la normalidad. De esta manera, a lo largo de los años de dura confrontación con la nueva realidad que les aprisiona en su refugio, han ido adaptando sus “juegos” a la misma sintonía de depravación que flota en el aire que respiran. En “El manantial”, no sólo se rompen las fronteras de la muerte tal y como la conocemos, sino que esto además provoca una drástica alteración de unos individuos vulnerables que, aunque han podido mantener durante mucho tiempo la supervivencia de su carne, no han sabido hacer lo propio con la de sus almas.
 


Es fácil llegar a sentir odio hacia los personajes de la historia, pero al mismo tiempo también es muy probable que uno llegue a sentir lástima. La tristeza de ver cómo un ser humano indefenso puede llegar a transformarse en una bestia sin escrúpulos, capaz de cualquier cosa, nos hace recordar lo frágil que puede llegar a ser nuestra propia humanidad. ¿Quién puede asegurar a cien por cien, la imposibilidad de que el curso de la historia sea capaz de despertar en él la criatura salvaje que todos llevamos dentro? Quizás rehuyamos constantemente este tipo de preguntas, pero, os lo advierto, la novela que tenemos entre manos puede hacer que nos enfrentemos a esa cuestión más de una y de dos veces, a lo largo de su lectura.
Por otro lado, “El Mantial” es al mismo tiempo una historia de lectura ágil y amena. Una narración bien construida, capaz de mantenernos entretenidos, al mismo tiempo que angustiados, durante un buen puñado de horas. A lo largo de la historia se van desbelando preguntas al mismo ritmo que otras nos son planteadas. Siempre quiere uno saber qué va a pasar con tal o cual personaje e incluso desea que de una vez esa mala bestia lleve su merecido. Es cierto, Abel es víctima al mismo tiempo que verdugo, pero un cierto sentimiento de justicia nos hace desear que caiga el peso de un castigo sobre sus actos deplorables. Hay varios capítulos especialmente duros, pero debo admitir que si Alejandro no hubiera sido tan osado, tan valiente a la hora de arrojar sobre el papel toda la dureza de esta realidad que se ha inventado, la novela perdería un grado importante de sinceridad. Las historias han de contarse con todas las consecuencias, aun cuando pueda parecer innecesario el uso de ciertas descripciones. Como digo, considero que parte de la fuerza de este libro, radica en el hecho de que, tanto Alejandro al hora de redactarla, como de Dolmen a la de publicarla, no han consentido en sesgar ni una sola coma de la narración.
Hete aquí que conforme progresas en la lectura, descubres, entre otras muchas cosas, que quizás no hayas sido justo al focalizar tu ira en mayor grado sobre uno de los personajes. Una visión retrospectiva por parte de uno de ellos, te hace ver la realidad de esos tiempos preteritos donde todavía el mundo no se había ido al garete por completo. A través de esos recuerdos, uno va entretegiendo la tela de la araña de la historia al completo y de este modo se da cuenta de que la maldad anida en todos los personajes, casi por igual. Todo ello, unido a alguna sorpresa un tanto desagradable, conseguirán mantener nuestra atención bien despierta hasta la última página de la narración. Pero hay que tener muy en cuenta que la novela apenas concede tregua alguna en esa sucesión de atrocidades que se van convirtiendo en crudas imágenes en nuestra mente. Cuando uno piensa que ya ha pasado por los trances más ásperos de la historia, de pronto una nueva explosión de violencia sacude nuestros sentidos con más fuerza que antes. Cuando ya no crees posible que el autor pueda ahondar de manera más profunda en el horror, que ya ha urgado cuanto podía en la brecha que saja el alma de los personajes, renace poco a poco un nuevo brote de salvajismo sin parangón. Los últimos capítulos son de una intensidad tal, que llegas a sentir una tormenta de sentimientos encontrados bullendo a flor de piel. Los últimos redobles suenan atronadoramente, mientras descubres, desolado, cómo después de todo aún ha sido despertado dentro de tu pecho un profundo sentimiento de compasión. ¿Cómo es posible que Alejandro, después de habernos hecho odiar a sus persnajes hasta límites inimaginables, aún pueda hacer brotar la empatía en cierto grado, dentro de nosotros?¿Puede haber cabida en nuestra mente para la pena, cuando hemos comprobado las cotas inaguantables de bestialidad que estos individuos han alcanzado sin titubeo alguno? La respuesta en mi caso es rotundamente sí. Y no, no vayan a pensar que soy un depravado miserable a la altura de Abel y de Verona. La expliación a todo esto es mucho más sencilla y comprensible. El autor nos retrotrae en el momento culmen de la historia, a un tiempo donde sus personajes aún eran arruyados en el tierno lecho de una cándida inocencia.

Por: Juan Miguel Fernández.