martes, 1 de septiembre de 2020

Ishtapual

 


De entre todas las ciudades del Imperio del sol; potencia hegemónica que asentaba sus pilares en la zona oriental de Radastar, quizás la más esplendorosa fuese aquella que se encontraba más al norte. La civilización radastina fue un nexo de varias culturas; un campo fértil donde arraigaron diversos estilos de sociedades. Meced a ello, la zona experimentó influencias de varias corrientes religiosas a lo largo de su existencia. Pero el paradigma de dicha mezcolanza lo representó sin duda Ishtapual. Se trataba de una urbe que hundía los cimientos de sus hogares al oeste de El bosque de los lamentos, y en cuyo seno se profesaban dos tipos de religión. El culto al sol era la más antigua de ellas, mientras que la veneración a la diosa Ishtar se implantó con la llegada de sacerdotes provenientes del centro de Radastar. Con esta religión llegaron algunos ritos sangrientos y un fanatismo inusitado. El culto a Ishtar desplazó en muchos casos a la religión más vieja, provocando, con el paso de los años, algunas fricciones entre los ciudadanos de aquel lugar. Lo que comenzara como una fusión pacífica, desembocó en odios fratricidas que llevaron a serias divisiones. No obstante, hasta ese momento el sincretismo fue posible a lo largo de mucho tiempo.

Las riquezas del imperio dotaron a la ciudad de una estampa exuberante y luminosa. El oro era el principal elemento decorativo y podía apreciarse en las columnas y fachadas de los edificios, así como en muros y portones. El emplazamiento más importante era el recinto sagrado, donde se podían contemplar los templos dedicados a las diferentes deidades. Una pirámide escalonada gobernaba la planicie, ubicada en el centro de la urbe. Los sacerdotes de Ishtar iban tocados con penachos de plumas, brazaletes, pectorales y diademas doradas y llevaban los cabellos rasurados en señal de respeto a su diosa. Por el contrario, los ministros de la fe solar apenas portaban abalorios, limitándose a vestir jubones con el disco áureo en la zona del pecho. Estos últimos no se afeitaban las barbas ni se cortaban los cabellos, pues su religión no contemplaba tal costumbre.


 

El gobernador de la Ishtapual tenía potestad para dictar algunas normas y ostentaba el mando de la administración local. Sin embargo, sus decisiones estaban siempre supeditadas al emperador y, en muchos casos, a los caprichos de los sacerdotes. El caudillo poseía una guardia personal que, con el tiempo, fue desplazando su lealtad hacia el sacerdote que ostentaba la portavocía del culto a Ishtar. Otro tipo de élite guerrera muy representativa fueron los soldados que se encargaban de explorar los alrededores en busca de posibles amenazas. Estos se cubrían las caras con máscaras de madera que representaban rostros fieros, con la finalidad de no sucumbir a las ánimas del cercano Bosque de los lamentos.

Algunos ciudadanos entregaban su vida al sagrado oficio de la danza. Tras renunciar a una existencia ordinaria, se consagraban en cuerpo y alma a la labor de bailar, desnudos y untados en aceite, para complacer a Ishtar. Lo hacían durante largas horas, en un trance que les permitía no caer rendidos y al son de unos tambores que, según las creencias, apaciguaban al espíritu de de la diosa. Los ishtapurianos tenían la firme convicción de que la deidad residía, en parte, en las florestas colindantes. Estos bailarines también tenían la obligación de rasurarse el cuerpo al completo y ofrecían una imagen en cierto modo bella, pues gozaban de buena forma física.

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