viernes, 15 de febrero de 2013

                                         LA LUZ QUE ME GUÍA. 



La noche despliega ahí afuera sus negros encantos. Los gatos maúllan aterrados, buscando el cobijo de alguna esquina donde puedan encontrar un remanso de calor ante el frío de la cruenta madrugada. Arrebujado bajo mis mantas, yo también intento escapar de ese aliento gélido que atenaza mis miembros anquilosados. Las retorcidas sombras de los árboles trazan sobre mi ventana fantasmagóricas imágenes. Son como zarpas agarrotadas que intentan atrapar mi alma, antes de que esta logre zafarse, se escabulla entre la grieta de algún sueño y descienda a esos abismos oníricos preñados de magia y, algunas veces, también horror. 
 Entonces mi mente se desliza por una de esas grietas, escapando al fin del plano de la fría vigilia. Atrás dejo esas sensaciones mundanas que mantenían mi cuerpo aterido y agarrotado. Un océano inmenso de recuerdos se van difuminando, a la par que avanzo por los senderos de ese sueño. Se van amontonando aquellos a mis espaldas, formando una montaña cuya sombra ahora queda muy atrás. Forman ya parte del pasado y, por tanto, esa misma negrura ya no puede ensombrecer lo que ante mi va cobrando forma. 

Inmensos campos de trigo se extienden más allá de los confines de mis pensamientos. Son como alfombras doradas que brillan resplandecientes, bajo esa luz que derrama el sol majestuoso en un cielo sin apenas nubes. Entre ellos se abre paso un río de aguas trasparentes, cuyo lecho pedregoso puede contemplarse sin dificultad desde la superficie. Entonces mis pasos me llevan directos a una suave loma, donde crecen árboles de hojas plateadas y cuyas ramas están ligeramente combadas por el peso de sus frutos. Más allá puede contemplarse una pradera y luego una franja de hierba segada que recorre la ribera del río de aguas frescas. Allí la luz se hace más intensa y la brisa sopla con dulzura una melodía. Sobre un banco de madera, ante una de las muchas mesas que se pueden observar por toda la llanura, una luz va tomando forma y me invita a compartir asiento. Mientras el aroma estival va llenando mis pulmones y el molesto aguijonazo de pretéritos recuerdos cede ante la magia de ese sueño, voy tomando consciencia de que la noche ha dejado de ser fría y los gatos ya no maúllan aterrados al otro lado de la ventana de mi mente. He recorrido distancias sólo salvables por el pensamiento, para encontrar un hálito de presente que me haga sepultar por fin todo el asfixiante pasado de penurias.
 Ahora mis espíritu roza la superficie celeste, más allá de las nubes, donde el tiempo se detiene y se respira el mismo hálito que flota en los sueños. Surco el cielo junto a la luz que alimentó mis esperanzas allí en aquellos extensos campos dorados, en dirección a una tierra legendaria. Templos sagrados ante mis ojos y los tuyos, vestigios de un pasado glorioso alimentan la imaginación, para dar forma a maravillosas visiones de un pasado mítico. Ahora nuestro pasado y nuestro presente se funden en uno sobre esa tierra milenaria, pronto darán el fruto de un futuro rebosante de promesas, y mientras, el espíritu de Apolo y Artemisa nos visitan en la noche, allí en las faldas del monte.


 A veces me pregunto si habrá alguna manera de hacerte llegar, mediante palabras, todo ese abanico de maravillosas sensaciones que suele despertar en mi interior tu sola presencia. En más de una ocasión lo he intentado. Sin embargo, pronto me he dado cuenta de que no era capaz de encontrar las palabras adecuadas, la fórmula que hiciera verdaderamente justicia a tantas y tan buenas vibraciones como las que tu ser provoca en mi alma. Podría quizás tan sólo aproximarme un poquito a expresar todo lo que siento gracias a ti, y es por ello que así lo voy a intentar al fin.
 Desde que en mi vida y en mi particular mundo llegó ese rayo de esperanza que eres tú, mis ganas de vivir se han intensificado de manera inabarcable por el pensamiento.  Ahora, allí donde anidaba un vacío absoluto e insondable, en ese rincón de mi espíritu donde se habían asentado la soledad y la desidia, reina majestuosa la esencia de tu luz. Las brumas de esos antiguos tormentos se han disipado por completo bajo el calor de tu alma. El verde de los campos de mi mente ha reverdecido gracias al rocío de tus pensamientos, que por las noches, casi en silencio pero con ternura y devoción, lo van regando madrugada tras madrugada.
 Antes, mis pasos sobre el sendero del destino eran erráticos y dubitativos, mis botas se hundían en el fango de ese lodazal hediondo donde medra la desesperación.  Ahora sin embargo muestran al fin una firmeza inquebrantable, ya que hay un manantial de luz que los va guiando en todo momento.
 Entre las ramas de los bosques tupidos que conforman mi mundo interior sopla la brisa de tu esencia, meciendo y arrullando mis pensamientos, cada vez que la tormentosa nube de algún problema amenaza con azotar mis sentidos. Reinas por tanto con firmeza, pero con dulzura, allí donde los vastos territorios de mi mente han forjado un país cuyos confines aún no me he atrevido a conquistar.
 A veces, a falta de palabras lo suficientemente certeras o justas, simplemente intento hacer llegar a ti todas estas sensaciones mediante el uso de gestos, miradas o silencios cuajados de la misma armonía que me aportas. Más de una vez habrás notado cómo intento trasladarte, a través de un lenguaje silencioso, todo esto que ahora trato de explicar. Aun cuando no puedo encontrar en todo el campo labrado del saber humano, palabras a la altura con las que poder recompensar todo ese bien que has sembrado en mi alma y en mi vida, aun así, considero que merece la pena intentar al menos una aproximación literaria que me ayude a plasmar mi devoción por ti. Es por ello que hoy me he aventurado al fin a ello, y es así que ahora los inmensos portones de mi reino interior, aquellos que antes permanecían cerrados con celo frente a todo ser humano, están abiertos y dejan pasar sin freno alguno la magia de tu ser.

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