“Y
pese a todo...” fue la primera novela que leí este año 2.012. Aún perdura en mi paladar ese buen sabor de
boca que me dejó tras devorarla en apenas un par de días.
Todo lo que aquí hable de ella se quedará seguramente
corto, pues como digo, hace ya unos cuantos meses que di buena cuenta
del libro, y seguramente bastantes detalles se hayan ido diluyendo un
poco en mi memoria. Es una pena no haber sufrido antes este repentino
arrebato de conservar en clave de reseña todas mis lecturas,
pues habría dejado constancia de las impresiones causadas por
muchas otras buenas obras, evitando así que se fueran emborronando
demasiado en mi memoria.
“Y pese a todo...”
es una novela que te engancha desde la primera página. A mi al
menos fue lo que me sucedió. El libro arranca con sencillez,
sin demasiadas complicaciones, pero al mismo tiempo logrando que
nuestra atención no se disperse hacia ningún otro lado.
Juan de Dios Garduño nos presenta en los primeros capítulos a su reducido elenco de
personajes. Tan solo cuatro, si contamos con el perro que es la
mascota de uno de ellos. Me gustaría aclarar que más
adelante, ya bien sea mediante la retrospectiva o ya en el final del
libro, también salen más personajes. Sin embargo estos
últimos sirven únicamente casi como escenario de fondo,
para que no olvidemos que también hubo una humanidad antes del
cataclismo que azotó el mundo, y que esa humanidad sigue
subsistiendo en alguna parte, quizás en reducidos grupos de
refugiados dispersos sobre la faz de la tierra. De este modo, estamos
ante una novela que carga todo el peso de la trama sobre estos pocos
personajes y es increíble cómo con tan pocos se puede
hacer una obra tan entretenida, original y aterradora.
La novela nos cuenta las
vicisitudes por las que han de pasar los supervivientes de un mundo
azotado por un cataclismo nuclear y bacteorlógico, y siempre desde la visión
particular de dos personajes que se han visto confinados a las
estrecheces de lo que antes fueran sus hogares, en Bangor, Maine. Salir a por víveres
con los que subsistir, cuidar que las defensas que protegen sus casas
estén en condiciones o simplemente tomar un poco de aire
fresco de vez en cuando, se ha convertido para ellos en una difícil
tarea con la que se jugarán la vida. Pero si además de
todo esto, tenemos en cuenta que hay ciertas tiranteces, algunos
aspectos incómodos entre ambos, podemos imaginar lo duro que
es el día a día en ese mundo donde ahora habrán
de sobrevivir.
Es fácil imaginar
el frío viento ululando durante toda la novela, aportando una
atmósfera muy apropiada para que germine la intriga, el terror
y un constante sentimiento de peligro al acecho. La blancura de la
nieve está muy presente en la historia, y nos hace sentir frío
en la piel, mientras casi podemos escuchar los pasos de las botas de
los personajes hollando el gélido y argentino manto. La
sensación de silencio opresivo nos hace sospechar que en
cualquier momento, durante alguna de las arriesgadas incursiones por
parte de alguno de los personajes en el pueblo, puede surgir de
improviso la amenaza desde cualquier rincón. Porque además,
hay que tener muy en cuenta que no estamos hablando de un tipo de
zombies precisamente muy típicos. Las criaturas de Juan De
Dios Garduño son las más atípicas que he
conocido en este tipo de literatura. Ya en la portada podemos
observar este detalle. Esto dota de un importante grado de
originalidad a la obra. Estamos hablando de unos seres que, digámoslo
así, son muy difíciles de ver hasta que los tienes
encima. Pero cuando por fin aparecen, demuestran un hambre insaciable
y una brutalidad espantosa. Además, no todos ellos son
iguales, pues presentan peculiaridades, mutaciones varias y
comportamientos desconcertantes. Son un tipo de criaturas que a mí
personalmente me han fascinado y considero muy efectivos a la hora de
transmitir terror.
Otro punto muy favorable
de la novela es la capacidad que tiene Juan de Dios de hacer que nos
sintamos en la piel de los personajes. Logra hacer que sintonicemos
con todo lo que bulle en la mente de los mismos, que nos posicionemos
con sus posturas o tal vez las repudiemos. Sus rencillas y pesares,
sus comportamientos, a veces intolerables o incluso un tanto
egoistas, aunque también en otros casos admirables, logran que
nos los creamos y aceptemos que en verdad son seres humanos que están
ahí, pasándolas canutas en un mundo que ha cambiado de
manera drástica. Debo confesar que en más de una
ocasión he sentido indignación a causa de la manera de
pensar de alguno de sus personajes, y esto quiere decir que el autor
ha hecho un gran trabajo a la hora de construir y hacer vibrar a esas
pequeñas creaciones suyas.
Conforme vamos avanzando
hacia el final de la novela, va creciendo poco a poco la sensación
acuciante del peligro que vigila en las noches, siempre al acecho,
siempre anhelante. Cada sonido sobre la madera, cada peregrino paso y
cada visión furtiva que vomita la oscuridad nos hacen temer
por la vida de nuestros queridos personajes. El terror les observa
desde fuera de sus refugios y a veces llega a resultar paralizante.
El circulo se estrecha poco a poco.
Hay espacio para los
momentos emotivos durante toda la historia, pero una vez llegados al
final de la misma, quizás no pueda el lector evitar verse
obligado a disimular un poco sus reacciones. Juan de Dios lo ha
logrado, ha hecho posible que llegues a querer de un modo u otro a
sus personajes y a temer realmente por sus vidas.
Por todo ello opino que
es una novela altamente recomendable, con grandes dosis de
originalidad y donde el miedo siempre está presente,
impregnando cada una de las páginas.
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