Todavía lo recuerdas con nitidez: noches frías y silenciosas ahí afuera. El soplo del invierno hace estremecer las ramas de los viejos robles y las hayas. El canto estridente de algún búho rasga la quietud de los bosques con su siniestro ensalmo. Arrebujado entre las sábanas, con los cascos de un viejo walkman derramando melodías en tu mente, galopas a lomos de un dragón para surcar las nubes, casi rozando la cristalina corteza de esas estrellas que horadan la cúpula celeste. Un millón de sueños brotan de ese momento de soledad. Entregas tu alma, en esa comunión de metálicos lamentos, a un océano de fantasías que poco a poco van sincronizando el corazón al ritmo de ese latido ancestral, olvidado, primigenio, que hace vibrar la tierra bajo los cimientos de tu ser. Momentos de espiritualidad te hacen estremecer. El vello se eriza en tus brazos mientras la magia de esas melodías hace galopar tu corazón al ritmo de la fantasía. Un millón de historias brotan con cada nota. Por unas horas sientes que navegas, ilusionado, por esos mares bravíos. Las olas espumosas te salpican el rostro, arrancando lágrimas de alegría que surcan tus mejillas. Un poder que inunda cada milímetro de tu existencia. Luego, la vastedad de unas regiones de indómita belleza se extienden ante ti. La virginidad de esos mundos imaginados te pertenece, por completo, en ese lapso de existencia paralela. Ahí, amigo mío, puedes lograr lo que desees. No existen los límites, porque nada te lastra. El ancla terrenal ya no puede refrenar tu avance. Eres dueño absoluto de tu realidad. Gobiernas, sin leyes que opriman tus anhelos, la nave de tu imaginación.
Los años han, quizás, empañado esos recuerdos, esas vivencias de otros mundos. Sin embargo, basta una chispa de esa vieja magia, para obrar el milagro. La bruma que ocultaba, con su velo gris, los parajes oníricos que aún perduran dentro de ti, se desvanece al instante con cada nueva nota, con la fuerza de esas melodías. Puedes desgarrar el telón maldito que han ido levantando en torno a ese otro mundo que te pertenece. Lo haces pedazos con las manos de tu alma, arrancando, trozo a trozo, esa detestable pátina que te impide ver la luz que brilla en los sueños. Con los puños apretados y el rostro inclinado, la vista al cielo inmaculado, dejas que fluya, desde las entrañas, un grito preñado de furia. Y por fin, ya no existe telón. El despiadado muro, que te impedía caminar, yace a tus pies, reducido por completo a un millón de fragmentos inofensivos. Tus botas hacen crujir esa ruina fútil que osó plantarse ante ti. Puedes caminar, una vez más, rumbo a un nuevo sueño.
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