LA SAGA DE AFRICANUS DE SANTIAGO POSTEQUILLO.
Si hace poco subía
aquí una reseña donde analizo mis impresiones sobre la
novela “El Espíritu Del Lince” de Javier Pellicer, hoy me
aventuro a hacer unas reflexiones sobre una grandiosa saga de otro
autor español. Dicha obra trata sobre el mismo conflicto
bélico que sirve como marco para aquella. Debo empezar
confesando mi absoluta fascinación por tan magna obra. A veces
puede parecer que me deshago en elogios con facilidad, pero no es
así. Cuando una obra no me convence, simplemente prefiero no
pronunciarme mucho sobre ella.
La saga de Africanus es
una obra que da gusto paladear con detenimiento, aprovechando al
máximo cada sorbo de esa prosa deliciosa. Su larga extensión
nos permite ir conociendo en detalle a todos los personajes, hasta el
punto de vernos capaces de sentir en nuestra piel sus inquietudes y
pesares. Durante su lectura, he lamentado varias veces no poder
continuar devorando otro capítulo más, ya bien fuera
porque el sueño me vencía, - tarde o temprano todos tenemos que dormir -, o porque las obligaciones me apartaban momentaneamente de la
lectura. Pero cada vez que regresaba a ella, encontraba nuevos
alicientes para continuar conociendo más rincones, dentro de
ese mundo de antiguas civilizaciones que Santiago ha rescatado para
nosotros. La saga va alternando con acierto momentos de conspiración,
luchas de poder en el Senado y batallas con un sabor épico de
lo más emocionante. Los personajes están construidos
desde la humanidad más visceral. Son seres que respiran el
mismo hálito que alimenta nuestras almas y, por tanto, llegan
en momentos determinados a pecar de los mismos fallos que cualquier
otro ser humano. Esto los hace más cercanos, a pesar de que
estamos hablando de hombres que han alcanzado la categoría de
lo legendario. He llegado a sentir cómo la pena que corroía
las entrañas de alguno de ellos azotaba mi propio corazón.
Esto dice mucho en favor de Posteguillo y su manera de hacernos
llegar todo lo que bulle dentro de sus personajes. Otro punto muy
favorable es la forma paulatina de profundizar en la mente de esos
históricos hombres. A pesar de que la obra contiene un amplio
elenco de personajes, el autor se las apaña muy bien para
hacer que no olvidemos quién es cada cual, cómo piensa,
y cómo será más probable que actúe frente
a los retos que le son planteados.
También se nos
muestra otra faceta de las guerras. Tan extenuante como el campo de
batalla puede llegar a ser una lid entre hombres de saber. La lucha
de la razón o la sinrazón es un mundo donde cada
envestida ha de ser minuciosamente preparada, cuidada al detalle para
que aquel que la esgrima no caiga en las trampas aviesas de su
oponente.
Por supuesto también
hay espacio para el amor en la saga. Aunque cabe resaltar la forma
dramática en la que el autor nos va dibujando unas relaciones,
que en ocasiones se ven irremisiblemente deterioradas por las
vicisitudes de un mundo sumido en guerras y luchas de poder.
Un rincón
especial he reservado durante casi toda la lectura a las figuras de
Anibal Barca y su fiel Maharbal. Debo confesar que al principio no me
terminaban de caer bien. Veía al primero como un simple
instrumento de la guerra, un hombre sediento de conquistas y
venganzas, y al segundo como su hombre de confianza sin criterio
propio. Pero poco a poco vamos descubriendo qué hay tras toda
esa fachada que recubre el espíritu de ambos personajes.
Anibal no es tan inhumano y frío ni Marhabal tan falto de
personalidad. Al final me he sorprendido a mi mismo cambiando de
bando sin ruborizarme. Y es que en un principio, aunque no comulgo ni
remotamente con la manera de pensar romana, creí ver un poco
más justa la causa de Publio Cornelio Escipión y sus
formas de defender su postura ante sus rivales, tanto políticos
como militares, tanto del otro lado de las fronteras romanas, como
del propio seno de la misma patria. Pero más tarde conocí
una faceta del Anibal de Santiago, tan melancólica, de
carácter tan reflexivo, que poco a poco fui dejándome
fascinar por esa personalidad tan llena de aristas. En sus entrañas
anidan por igual la grandeza del conquistador, la perseverancia del
que sueña con alcanzar sus metas, el ímpetu de aquel
que busca venganza y la melancolía del que está
condenado a vivir en el campo de batalla.
Cabe destacar la
relación entre esos dos enemigos que son el cartaginés
y el romano. Apenas tienen tiempo de estar frente a frente, de verse
cara a cara en contadas ocasiones durante toda la historia. Pero
claro, a pesar de ello parecen conocerse demasiado bien, debido a la
larga guerra que los ha enfrentado como estrategas de bandos opuestos.
Incluso el uno puede reconocer parte de él en el otro y esto
hace que se respeten a pesar de ser enemigos enconados en el campo de
batalla. Hasta cuando sus respectivos mundos les dan la espalda a
ambos, vemos un nexo de unión entre los dos generales.
También es
destacable la forma de ir dibujando progresivamente el ocaso de esos
personajes. Hemos tenido tiempo durante toda la lectura de conocerlos
en profundidad, y eso hace que luego sintamos cierta melancolía
al ver cómo con el transcurrir del tiempo estos van cambiando.
Tras todas esas gestas inimaginables llevadas a cabo por ambos,
resulta difícil digerir que en realidad son seres terrenales
que también acusan el paso del tiempo. Seres expuestos a
traiciones, desilusión y fracasos y no solo a las mieles de la glorias.
Pero esta humilde reseña
no podría considerarse completa sin hablar de Plauto. En la
saga hay personajes para todos los gustos, me atrevería a
decir. Para todos los gustos y para todos los estados de ánimo.
Ya hemos hecho un sucinto repaso por los más afamados, pero
aún nos quedan muchos más y, entre ellos, uno que
también me ha cautivado mucho durante la lectura es el
dramaturgo Plauto. Él es el artista, en ocasiones atormentado,
en ocasiones soñador y en tantas otras frustrado. Es un hombre
que, aunque más bien un antihéroe, ha tenido que
conocer las vicisitudes de la guerra con todas sus consecuencias. Ha
sobrevivido a mil y un encontronazos con las asperezas de una vida
dura y difícil, apretando los dientes y caminando siempre
hacia delante, sin rendirse ni consentir que le arrebataran sus
sueños. No es difícil llegar a sentirse identificado
con un personaje de estas características, pues todos hemos
tenido que lidiar en algún momento de nuestras vidas con todas
esas dificultades. Puede que Plauto no conozca la grandeza del
conquistador que colecciona momentos de gloria arrancados de un campo
de batalla, pero sí sabe lo que es luchar con rabia y
determinación por aquello que cree. Como digo, es factible
ponerse en su pellejo en numerosas ocasiones, y sentir como nuestros
los latidos de su corazón. Plauto, un personaje a ratos
mundano a ratos soñador, un tipo que se deja querer por lo
cercano de sus inquietudes. Por otro lado, como hombre de letras que
me considero, o que más bien sueño ser, puede que
quizás esto me haya acercado todavía más a la
figura de semejante personaje. El consuelo en las frías noches
de Plauto era trasladar sus inquietudes a una obra que las plasmará
para el resto de los tiempos.
No podemos olvidar tampoco a los Emilio Paulo, esa familia tan cercana y afín a los Escipiones. Puede que el personaje más importante de esa familia sea la misma Emilia, esposa de Publio hijo, por ser la persona que representa en este caso el pilar firme, aunque siempre distante en el campo de batalla, en el que durante mucho tiempo se sustentó la fe del mismo general. Ella es la penitente que sufre las consecuencias en silencio, observando cómo el mundo y sus locuras danzan de forma macabra en torno a sus seres más queridos. Por otro lado, los cimientos que afianzan el coraje de Anibal tienen nombre también de mujer, en este caso Himilce. Ella supone la eterna promesa que nunca podrá cumplirse, la inocencia prisionera de ese delirio que es la guerra.
En definitiva ésta
es una obra con una carga emocional importante, capaz incluso de
arrancarte alguna lágrima en algún momento de la
lectura. Las batallas se narran con minuciosidad y sin que decaiga el
ritmo en momento alguno. Son pasajes épicos de una intensidad
asombrosa, donde podemos llegar a sentir incluso el miedo, la sed de
gloria o el nerviosismo de esos soldados que tiemblan bajo el frío
aguijonazo de la guerra. Es como adentrarse verdaderamente en otro
tiempo.
Me gustaría
terminar esta reseña mencionando un hecho importante para mí.
Todo buen libro, en este casos englobo a los tres que componen la
saga, deja con el tiempo algún tipo de poso en las personas.
En mi caso, y creanme si digo que no exagero, la obra de Posteguillo
me ha ayudado en diversos aspectos. La sabiduría de sus
personajes, desplegada tanto en el campo de batalla como en los duros
enfrentamientos ante a un senado implacable, así como las
reflexiones de toda índole que se desarrollan en las tres
novelas, han obrado un cambio importante en mi manera de ver la vida.
Un cambio sin duda alguna totalmente positivo.
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