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martes, 9 de octubre de 2012


LA SAGA DE AFRICANUS DE SANTIAGO POSTEQUILLO.




Si hace poco subía aquí una reseña donde analizo mis impresiones sobre la novela “El Espíritu Del Lince” de Javier Pellicer, hoy me aventuro a hacer unas reflexiones sobre una grandiosa saga de otro autor español. Dicha obra trata sobre el mismo conflicto bélico que sirve como marco para aquella. Debo empezar confesando mi absoluta fascinación por tan magna obra. A veces puede parecer que me deshago en elogios con facilidad, pero no es así. Cuando una obra no me convence, simplemente prefiero no pronunciarme mucho sobre ella.
La saga de Africanus es una obra que da gusto paladear con detenimiento, aprovechando al máximo cada sorbo de esa prosa deliciosa. Su larga extensión nos permite ir conociendo en detalle a todos los personajes, hasta el punto de vernos capaces de sentir en nuestra piel sus inquietudes y pesares. Durante su lectura, he lamentado varias veces no poder continuar devorando otro capítulo más, ya bien fuera porque el sueño me vencía, - tarde o temprano todos tenemos que dormir -, o porque las obligaciones me apartaban momentaneamente de la lectura. Pero cada vez que regresaba a ella, encontraba nuevos alicientes para continuar conociendo más rincones, dentro de ese mundo de antiguas civilizaciones que Santiago ha rescatado para nosotros. La saga va alternando con acierto momentos de conspiración, luchas de poder en el Senado y batallas con un sabor épico de lo más emocionante. Los personajes están construidos desde la humanidad más visceral. Son seres que respiran el mismo hálito que alimenta nuestras almas y, por tanto, llegan en momentos determinados a pecar de los mismos fallos que cualquier otro ser humano. Esto los hace más cercanos, a pesar de que estamos hablando de hombres que han alcanzado la categoría de lo legendario. He llegado a sentir cómo la pena que corroía las entrañas de alguno de ellos azotaba mi propio corazón. Esto dice mucho en favor de Posteguillo y su manera de hacernos llegar todo lo que bulle dentro de sus personajes. Otro punto muy favorable es la forma paulatina de profundizar en la mente de esos históricos hombres. A pesar de que la obra contiene un amplio elenco de personajes, el autor se las apaña muy bien para hacer que no olvidemos quién es cada cual, cómo piensa, y cómo será más probable que actúe frente a los retos que le son planteados.
También se nos muestra otra faceta de las guerras. Tan extenuante como el campo de batalla puede llegar a ser una lid entre hombres de saber. La lucha de la razón o la sinrazón es un mundo donde cada envestida ha de ser minuciosamente preparada, cuidada al detalle para que aquel que la esgrima no caiga en las trampas aviesas de su oponente.
Por supuesto también hay espacio para el amor en la saga. Aunque cabe resaltar la forma dramática en la que el autor nos va dibujando unas relaciones, que en ocasiones se ven irremisiblemente deterioradas por las vicisitudes de un mundo sumido en guerras y luchas de poder.
Un rincón especial he reservado durante casi toda la lectura a las figuras de Anibal Barca y su fiel Maharbal. Debo confesar que al principio no me terminaban de caer bien. Veía al primero como un simple instrumento de la guerra, un hombre sediento de conquistas y venganzas, y al segundo como su hombre de confianza sin criterio propio. Pero poco a poco vamos descubriendo qué hay tras toda esa fachada que recubre el espíritu de ambos personajes. Anibal no es tan inhumano y frío ni Marhabal tan falto de personalidad. Al final me he sorprendido a mi mismo cambiando de bando sin ruborizarme. Y es que en un principio, aunque no comulgo ni remotamente con la manera de pensar romana, creí ver un poco más justa la causa de Publio Cornelio Escipión y sus formas de defender su postura ante sus rivales, tanto políticos como militares, tanto del otro lado de las fronteras romanas, como del propio seno de la misma patria. Pero más tarde conocí una faceta del Anibal de Santiago, tan melancólica, de carácter tan reflexivo, que poco a poco fui dejándome fascinar por esa personalidad tan llena de aristas. En sus entrañas anidan por igual la grandeza del conquistador, la perseverancia del que sueña con alcanzar sus metas, el ímpetu de aquel que busca venganza y la melancolía del que está condenado a vivir en el campo de batalla.
Cabe destacar la relación entre esos dos enemigos que son el cartaginés y el romano. Apenas tienen tiempo de estar frente a frente, de verse cara a cara en contadas ocasiones durante toda la historia. Pero claro, a pesar de ello parecen conocerse demasiado bien, debido a la larga guerra que los ha enfrentado como estrategas de bandos opuestos. Incluso el uno puede reconocer parte de él en el otro y esto hace que se respeten a pesar de ser enemigos enconados en el campo de batalla. Hasta cuando sus respectivos mundos les dan la espalda a ambos, vemos un nexo de unión entre los dos generales.
También es destacable la forma de ir dibujando progresivamente el ocaso de esos personajes. Hemos tenido tiempo durante toda la lectura de conocerlos en profundidad, y eso hace que luego sintamos cierta melancolía al ver cómo con el transcurrir del tiempo estos van cambiando. Tras todas esas gestas inimaginables llevadas a cabo por ambos, resulta difícil digerir que en realidad son seres terrenales que también acusan el paso del tiempo. Seres expuestos a traiciones, desilusión y fracasos y no solo a las mieles de la glorias.

Pero esta humilde reseña no podría considerarse completa sin hablar de Plauto. En la saga hay personajes para todos los gustos, me atrevería a decir. Para todos los gustos y para todos los estados de ánimo. Ya hemos hecho un sucinto repaso por los más afamados, pero aún nos quedan muchos más y, entre ellos, uno que también me ha cautivado mucho durante la lectura es el dramaturgo Plauto. Él es el artista, en ocasiones atormentado, en ocasiones soñador y en tantas otras frustrado. Es un hombre que, aunque más bien un antihéroe, ha tenido que conocer las vicisitudes de la guerra con todas sus consecuencias. Ha sobrevivido a mil y un encontronazos con las asperezas de una vida dura y difícil, apretando los dientes y caminando siempre hacia delante, sin rendirse ni consentir que le arrebataran sus sueños. No es difícil llegar a sentirse identificado con un personaje de estas características, pues todos hemos tenido que lidiar en algún momento de nuestras vidas con todas esas dificultades. Puede que Plauto no conozca la grandeza del conquistador que colecciona momentos de gloria arrancados de un campo de batalla, pero sí sabe lo que es luchar con rabia y determinación por aquello que cree. Como digo, es factible ponerse en su pellejo en numerosas ocasiones, y sentir como nuestros los latidos de su corazón. Plauto, un personaje a ratos mundano a ratos soñador, un tipo que se deja querer por lo cercano de sus inquietudes. Por otro lado, como hombre de letras que me considero, o que más bien sueño ser, puede que quizás esto me haya acercado todavía más a la figura de semejante personaje. El consuelo en las frías noches de Plauto era trasladar sus inquietudes a una obra que las plasmará para el resto de los tiempos.

 No podemos olvidar tampoco a los Emilio Paulo, esa familia tan cercana y afín a los Escipiones. Puede que el personaje más importante de esa familia sea la misma Emilia, esposa de Publio hijo, por ser la persona que representa en este caso el pilar firme, aunque siempre distante en el campo de batalla, en el que durante mucho tiempo se sustentó la fe del mismo general. Ella es la penitente que sufre las consecuencias en silencio, observando cómo el mundo y sus locuras danzan de forma macabra en torno a sus seres más queridos. Por otro lado, los cimientos que afianzan el coraje de Anibal tienen nombre también de mujer, en este caso Himilce. Ella supone la eterna promesa que nunca podrá cumplirse, la inocencia prisionera de ese delirio que es la guerra.
En definitiva ésta es una obra con una carga emocional importante, capaz incluso de arrancarte alguna lágrima en algún momento de la lectura. Las batallas se narran con minuciosidad y sin que decaiga el ritmo en momento alguno. Son pasajes épicos de una intensidad asombrosa, donde podemos llegar a sentir incluso el miedo, la sed de gloria o el nerviosismo de esos soldados que tiemblan bajo el frío aguijonazo de la guerra. Es como adentrarse verdaderamente en otro tiempo.
Me gustaría terminar esta reseña mencionando un hecho importante para mí. Todo buen libro, en este casos englobo a los tres que componen la saga, deja con el tiempo algún tipo de poso en las personas. En mi caso, y creanme si digo que no exagero, la obra de Posteguillo me ha ayudado en diversos aspectos. La sabiduría de sus personajes, desplegada tanto en el campo de batalla como en los duros enfrentamientos ante a un senado implacable, así como las reflexiones de toda índole que se desarrollan en las tres novelas, han obrado un cambio importante en mi manera de ver la vida. Un cambio sin duda alguna totalmente positivo.



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