Cuando una novela es capaz de
hacer que nazca dentro de tu estómago un conglomerado de
hondos sentimientos, con respecto a lo que sucede en las entrañas
de sus páginas, sin duda alguna, ha de considerarse que la
obra es realmente una creación con vida propia. He notado
cómo, casi durante toda la lectura de la historia de Abel y
Verona, el palpitar profundo de sus vivencias era trasladado en buena
medida a los engranajes de mis sentimientos. He experimentando,
siempre desde la cómoda postura del lector, protegido por esa
barrera espacio-temporal que establece la magia de la literatura, un
auténtico “manantial” de sentimientos azotando mi alma.
Pero cuidado, porque en algunas ocasiones esa barrera puede ser
salvada por aquello que bulle entre las páginas. Puede ser que
te veas salpicado por la sangre y otras sustancias no menos
desagradables, durante la lectura.
El
autor de la novela no escatima en esfuerzos y medios a la hora de
escarbar sin piedad alguna hasta lo más recóndito de
esas mentes atormentadas, que suponen el portal por el que el lector
se adentra en la historia. Hay momentos en los que la dureza de esas
vivencias y la cruel meticulosidad del autor, a la hora de narrarlas,
hacen que uno sienta en sus propias carnes el tormento vivido por los
personajes. Todo esto propicia el nacimiento de múltiples
preguntas en el lector. Y cuando una novela hace que te plantees
preguntas, sin duda alguna es una novela con un valor añadido.
Una de las cosas que más me han maravillado de la obra, es la
forma progresiva de hacer que comprendamos, por duro que pueda
parecer, que todo lo relatado está más cerca de la
realidad de lo que podamos admitir. En un mundo donde prima la
supervivencia, donde lo cotidiano ha confinado el alma de los
personajes a las paredes de una existencia donde reina, ya no solo la
angustia de poder verse convertidos en presas de seres inmundos, sino
también la dureza del día a día, puede
despertarse el frío aguijonazo en esos personajes, de querer
romper la cotidianidad que les rodea. Abel y Verona se entregan por
completo a la dictadura de su depravación, al liderazgo
visceral de una imaginación corrompida por la drástica
ruptura del mundo con la normalidad. De esta manera, a lo largo de
los años de dura confrontación con la nueva realidad
que les aprisiona en su refugio, han ido adaptando sus “juegos” a
la misma sintonía de depravación que flota en el aire
que respiran. En “El manantial”, no sólo se rompen las
fronteras de la muerte tal y como la conocemos, sino que esto además
provoca una drástica alteración de unos individuos
vulnerables que, aunque han podido mantener durante mucho tiempo la
supervivencia de su carne, no han sabido hacer lo propio con la de
sus almas.
Es
fácil llegar a sentir odio hacia los personajes de la
historia, pero al mismo tiempo también es muy probable que uno
llegue a sentir lástima. La tristeza de ver cómo un ser
humano indefenso puede llegar a transformarse en una bestia sin
escrúpulos, capaz de cualquier cosa, nos hace recordar lo
frágil que puede llegar a ser nuestra propia humanidad. ¿Quién
puede asegurar a cien por cien, la imposibilidad de que el curso de
la historia sea capaz de despertar en él la criatura salvaje
que todos llevamos dentro? Quizás rehuyamos constantemente
este tipo de preguntas, pero, os lo advierto, la novela que tenemos
entre manos puede hacer que nos enfrentemos a esa cuestión más
de una y de dos veces, a lo largo de su lectura.
Por
otro lado, “El Mantial” es al mismo tiempo una historia de
lectura ágil y amena. Una narración bien construida,
capaz de mantenernos entretenidos, al mismo tiempo que angustiados,
durante un buen puñado de horas. A lo largo de la historia se
van desbelando preguntas al mismo ritmo que otras nos son planteadas.
Siempre quiere uno saber qué va a pasar con tal o cual
personaje e incluso desea que de una vez esa mala bestia lleve su
merecido. Es cierto, Abel es víctima al mismo tiempo que
verdugo, pero un cierto sentimiento de justicia nos hace desear que
caiga el peso de un castigo sobre sus actos deplorables. Hay varios
capítulos especialmente duros, pero debo admitir que si
Alejandro no hubiera sido tan osado, tan valiente a la hora de
arrojar sobre el papel toda la dureza de esta realidad que se ha
inventado, la novela perdería un grado importante de
sinceridad. Las historias han de contarse con todas las
consecuencias, aun cuando pueda parecer innecesario el uso de ciertas
descripciones. Como digo, considero que parte de la fuerza de este
libro, radica en el hecho de que, tanto Alejandro al hora de
redactarla, como de Dolmen a la de publicarla, no han consentido en
sesgar ni una sola coma de la narración.
Hete
aquí que conforme progresas en la lectura, descubres, entre
otras muchas cosas, que quizás no hayas sido justo al
focalizar tu ira en mayor grado sobre uno de los personajes. Una
visión retrospectiva por parte de uno de ellos, te hace ver la
realidad de esos tiempos preteritos donde todavía el mundo no
se había ido al garete por completo. A través de esos
recuerdos, uno va entretegiendo la tela de la araña de la
historia al completo y de este modo se da cuenta de que la maldad
anida en todos los personajes, casi por igual. Todo ello, unido a
alguna sorpresa un tanto desagradable, conseguirán mantener
nuestra atención bien despierta hasta la última página
de la narración. Pero hay que tener muy en cuenta que la
novela apenas concede tregua alguna en esa sucesión de
atrocidades que se van convirtiendo en crudas imágenes en
nuestra mente. Cuando uno piensa que ya ha pasado por los trances más
ásperos de la historia, de pronto una nueva explosión
de violencia sacude nuestros sentidos con más fuerza que
antes. Cuando ya no crees posible que el autor pueda ahondar de
manera más profunda en el horror, que ya ha urgado cuanto
podía en la brecha que saja el alma de los personajes, renace
poco a poco un nuevo brote de salvajismo sin parangón. Los
últimos capítulos son de una intensidad tal, que llegas
a sentir una tormenta de sentimientos encontrados bullendo a flor de
piel. Los últimos redobles suenan atronadoramente, mientras
descubres, desolado, cómo después de todo aún ha
sido despertado dentro de tu pecho un profundo sentimiento de
compasión. ¿Cómo es posible que Alejandro,
después de habernos hecho odiar a sus persnajes hasta límites
inimaginables, aún pueda hacer brotar la empatía en
cierto grado, dentro de nosotros?¿Puede haber cabida en
nuestra mente para la pena, cuando hemos comprobado las cotas
inaguantables de bestialidad que estos individuos han alcanzado sin
titubeo alguno? La respuesta en mi caso es rotundamente sí. Y
no, no vayan a pensar que soy un depravado miserable a la altura de
Abel y de Verona. La expliación a todo esto es mucho más
sencilla y comprensible. El autor nos retrotrae en el momento culmen
de la historia, a un tiempo donde sus personajes aún eran
arruyados en el tierno lecho de una cándida inocencia.
Por: Juan Miguel Fernández.
Increíbles tus palabras amigo, como siempre;) La verdad que da gusto!! Dan ganas de cogerlo y sumergirnos en él.
ResponderEliminarMe alegra mucho saber que mi primera reseña es capaz de despertar el interés sobre la obra de la que hablo. Eso sí, Naty, si decides leerlo te advierto que la indicación de la portada sobre (personas sensibles) no es mero marketing. Pero Alejandro es un narrador excelente y un creador de historias extraordinario, además de buena gente. En mi opinión El Manantial merece mucho la pena. Explora nuevas fronteras dentro del fenómeno zombie, no limitándose a las premisas a las que todos estamos ya muy acostumbrados. Un abrazo, amiga.
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