Ritmo trepidante,
multiplicidad de personajes y una narración bastante original
son algunas de las premisas de esta primera novela de Victor
Blázquez. Aunque soy un lector agradecido con las narraciones que no
escatiman en detalles y recursos literarios, debo decir que la
presente historia, narrada mediante una fórmula mucho más
directa y fluida, goza de numerosas virtudes que atrapan enseguida a
todo tipo de lectores. Algunos de los puntos fuertes de la novela son
la variedad de personajes, la mayoría de ellos claramente
definidos y con vida propia y el hecho, a mi juicio acertadísimo,
de no focalizar todo el protagonismo en un solo personaje. Aquí
no encontraremos a los típicos héroes virtuosos, que en
otras historias parecen gozar de total impunidad ante los peligros
que acechan en cada esquina, ni a los malos malísimos que no
parecen verse afectados nunca por sus actos de vileza. Todo ello nos
sitúa en el marco de una historia donde no sabemos cuándo
y por qué podrá caer alguno de los personajes. Esto es
un acicate importante a la hora de seguir pasando página tras
página, siempre con la sensación acuciante de que
nuestro personaje favorito puede ser eliminando de la historia de un
plumazo, en el momento menos esperado.
Otra característica
que diferencia la obra de Víctor de otras tantas del género,
es la figura del narrador. Al principio, antes de la lectura, y
conociendo esta premisa, no las tenía todas conmigo con
respecto a este tipo de narración. Me parecía una tarea
un poco difícil la de narrar una novela haciendo uso de esta
figura mencionada. Sin embargo mis dudas fueron enseguida disipadas.
El autor sabe perfectamente el terreno que pisa. No en vano, el mundo
cinematográfico es para él un escenario de sobra
conocido. De esta manera ha dado forma a un tipo de narrador muy
cercano, que te lleva de la mano para mostrarte ese hermoso marco de
postal donde se desarrollará la historia.
Durante el transcurso de
los primeros capítulos me he sentido ligeramente mareado por
la variedad de personajes. Pero esta sensación pronto se ha
evaporado, puesto que cada uno de ellos está claramente
definido y uno puede ponerse en su pellejo sin ningún tipo de
dificultad. También, y por lo menos en mi caso, es de
agradecer este “colchón previo de tranquilidad” que Víctor
nos concede durante estos capítulos. Me gusta que las
historias, por adrenalíticas que sean, nos concedan algún
momento de respiro para conocer el terreno y a los personajes. En
este caso ese momento de calma está al principio de la novela
y lo cierto es que me lo he pasado en grande visitando cada esquina
de Castle Hill, siempre acompañado por ese narrador tan
peculiar. Los últimos compases nos hacen sentir pena por lo
que les ocurre a algunos personajes. Para entonces hemos llegado ya a
conocerles lo suficiente como para tenerles cierto apego a algunos de
ellos, o incluso asco a algunos otros.
Por último me
gustaría mencionar algo que siempre me ha gustado en las
novelas del género zombie, o de infectados, que yo englobo en
el mismo género. Son historias que normalmente nos hacen
recapacitar, a través de las angustiosas vivencias de sus
personajes, sobre la insensata mentalidad del ser humano, que durante
los últimos tiempos lo ha llevado a navegar casi a la deriva,
sobre un océano de egoísmos y una cierta
deshumanización. Son obras por lo general con un mensaje
social, aunque siempre enmarcado éste dentro de una trama
entretenida e intrigante. Quizás por ello la temática
no haya sido una simple moda pasajera, y sí una forma
artística de trasladar ciertas inquietudes y pensamientos a
sus lectores. Me alegra mencionar que "El Cuarto Jinete" se engloba dentro de esas obras de la temática que hacen bastante hincapié en este tipo de aspectos.
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