En una noche extrañamente fría como esta, fuera del tiempo y del espacio, mi mente vaga nostálgica por lejanos parajes de ensueño. Las notas apoteosicas de una canción suenan en mi mente, dibujando otra vez aquellos vastos y hermosos parajes, que se extienden más allá de mi conciencia, en ese apartado rincón, en que siempre gusto de resguardar mis esperanzas. Allí el invierno hace tiempo que cayó, adueñándose por completo de cada partícula de aire, y la primavera se demora y se demora. Desgraciadamente, mi espíritu no visita últimamente esa región de mis pensamientos, y he consentido que todo ello caiga bajo el cruel yugo de un helado hálito, que hace más pesada la carga, que han de soportar en su camino unos viejos amigos. Sin embargo, algo muy poderoso me grita desde las profundidades de mi corazón, que pronto he de volver ahí. Gobernaré esas tierras con mano firme y justicia, trazando una vez más el glorioso destino de mis ángeles abandonados. Mi aliento les dará fuerzas, mis pensamientos insuflarán valor en sus venas, y cada frase que surja de mi mente, será como una chispa de luz, que incendiará la hoguera de sus esperanzas. Esto ha de ser así, pues de otra forma mi espíritu se irá marchitando, con cada segundo que se halle dormida mi pluma. Ella será quien guíe esas espadas, tanto tiempo ya silenciosas en sus fundas. Sin embargo, soy consciente por completo, de que para que todo esto sea posible, para que mis fuerzas resuciten por completo, seguiré precisando del bálsamo de tus sonrisas, de la firmeza inquebrantable que me inunda el corazón, con cada una de tus palabras, y de la grandeza que germina dentro de mí, y que directamente destila de todo tu ser... hechicera... hechicera del amanecer de los tiempos. Tú trajiste al fin luz y esperanzas renovadas, dónde tan solo quedaba ya frustración, obscuridad y desesperación. Camino ahora sin titubear en esa noche incierta, guiándome siempre por esa llama que arde imperecedera en tu candil. Tu mano blanca como el alba la sustenta con firmeza, haciendo que mi corazón lata, henchido por el orgullo que suscita tu valor.
Todo esto surgió como de costumbre, fruto de la más pura casualidad, si es que semejante concepto existen en realidad, mientras vagaba distraido, observando y observando.
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