La noche despliega ahí afuera sus negros
encantos. Los gatos maúllan aterrados, buscando el cobijo de alguna esquina
donde puedan encontrar un remanso de calor ante el frío de la cruenta
madrugada. Arrebujado bajo mis mantas, yo también intento escapar de ese
aliento gélido que atenaza mis miembros anquilosados. Las retorcidas sombras de
los árboles trazan sobre mi ventana fantasmagóricas imágenes. Son como zarpas
agarrotadas que intentan atrapar mi alma, antes de que esta logre zafarse, se
escabulla entre la grieta de algún sueño y descienda a esos abismos oníricos
preñados de magia y, algunas veces, también horror.
Entonces mi mente se desliza por una de esas
grietas, escapando al fin del plano de la fría vigilia. Atrás dejo esas
sensaciones mundanas que mantenían mi cuerpo aterido y agarrotado. Un océano
inmenso de recuerdos se van difuminando, a la par que avanzo por los senderos
de ese sueño. Se van amontonando aquellos a mis espaldas, formando una montaña cuya
sombra ahora queda muy atrás. Forman ya parte del pasado y, por tanto, esa
misma negrura ya no puede ensombrecer lo que ante mi va cobrando forma.
Inmensos campos de trigo se extienden más allá
de los confines de mis pensamientos. Son como alfombras doradas que brillan
resplandecientes, bajo esa luz que derrama el sol majestuoso en un cielo sin
apenas nubes. Entre ellos se abre paso un río de aguas trasparentes, cuyo lecho
pedregoso puede contemplarse sin dificultad desde la superficie. Entonces mis
pasos me llevan directos a una suave loma, donde crecen árboles de hojas
plateadas y cuyas ramas están ligeramente combadas por el peso de sus frutos.
Más allá puede contemplarse una pradera y luego una franja de hierba segada que
recorre la ribera del río de aguas frescas. Allí la luz se hace más intensa y
la brisa sopla con dulzura una melodía. Sobre un banco de madera, ante una de
las muchas mesas que se pueden observar por toda la llanura, una luz va tomando
forma y me invita a compartir asiento. Mientras el aroma estival va llenando
mis pulmones y el molesto aguijonazo de pretéritos recuerdos cede ante la magia
de ese sueño, voy tomando consciencia de que la noche ha dejado de ser fría y
los gatos ya no maúllan aterrados al otro lado de la ventana de mi mente. He
recorrido distancias sólo salvables por el pensamiento, para encontrar un
hálito de presente que me haga sepultar por fin todo el asfixiante pasado de
penurias.
Ahora mis espíritu roza la superficie celeste, más allá de las nubes, donde el tiempo se detiene y se respira el mismo hálito que flota en los sueños. Surco el cielo junto a la luz que alimentó mis esperanzas allí en aquellos extensos campos dorados, en dirección a una tierra legendaria. Templos sagrados ante mis ojos y los tuyos, vestigios de un pasado glorioso alimentan la imaginación, para dar forma a maravillosas visiones de un pasado mítico. Ahora nuestro pasado y nuestro presente se funden en uno sobre esa tierra milenaria, pronto darán el fruto de un futuro rebosante de promesas, y mientras, el espíritu de Apolo y Artemisa nos visitan en la noche, allí en las faldas del monte.
A veces me pregunto si habrá alguna manera de
hacerte llegar, mediante palabras, todo ese abanico de maravillosas sensaciones
que suele despertar en mi interior tu sola presencia. En más de una ocasión lo
he intentado. Sin embargo, pronto me he dado cuenta de que no era capaz de
encontrar las palabras adecuadas, la fórmula que hiciera verdaderamente
justicia a tantas y tan buenas vibraciones como las que tu ser provoca en mi
alma. Podría quizás tan sólo aproximarme un poquito a expresar todo lo que
siento gracias a ti, y es por ello que así lo voy a intentar al fin.
Desde que en mi vida y en mi particular mundo
llegó ese rayo de esperanza que eres tú, mis ganas de vivir se han
intensificado de manera inabarcable por el pensamiento. Ahora, allí donde anidaba un vacío absoluto e
insondable, en ese rincón de mi espíritu donde se habían asentado la soledad y
la desidia, reina majestuosa la esencia de tu luz. Las brumas de esos antiguos
tormentos se han disipado por completo bajo el calor de tu alma. El verde de
los campos de mi mente ha reverdecido gracias al rocío de tus pensamientos, que
por las noches, casi en silencio pero con ternura y devoción, lo van regando
madrugada tras madrugada.
Antes, mis pasos sobre el sendero del destino
eran erráticos y dubitativos, mis botas se hundían en el fango de ese lodazal
hediondo donde medra la desesperación. Ahora
sin embargo muestran al fin una firmeza inquebrantable, ya que hay un manantial
de luz que los va guiando en todo momento.
Entre las ramas de los bosques tupidos que
conforman mi mundo interior sopla la brisa de tu esencia, meciendo y arrullando
mis pensamientos, cada vez que la tormentosa nube de algún problema amenaza con
azotar mis sentidos. Reinas por tanto con firmeza, pero con dulzura, allí donde
los vastos territorios de mi mente han forjado un país cuyos confines aún no me
he atrevido a conquistar.
A veces, a falta de palabras lo
suficientemente certeras o justas, simplemente intento hacer llegar a ti todas
estas sensaciones mediante el uso de gestos, miradas o silencios cuajados de la
misma armonía que me aportas. Más de una vez habrás notado cómo intento
trasladarte, a través de un lenguaje silencioso, todo esto que ahora trato de
explicar. Aun cuando no puedo encontrar en todo el campo labrado del saber
humano, palabras a la altura con las que poder recompensar todo ese bien que
has sembrado en mi alma y en mi vida, aun así, considero que merece la pena
intentar al menos una aproximación literaria que me ayude a plasmar mi devoción
por ti. Es por ello que hoy me he aventurado al fin a ello, y es así que ahora
los inmensos portones de mi reino interior, aquellos que antes permanecían
cerrados con celo frente a todo ser humano, están abiertos y dejan pasar sin
freno alguno la magia de tu ser.
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