martes, 6 de agosto de 2013

RESEÑA DE FRANKENSTEIN DE MARY SHELLEY.


O el moderno Prometeo...

Algunas veces nuestra propia ambición nos ciega. Hace que persigamos esas metas anheladas, obnubilándonos la mente por completo. Ya no somos seres humanos sujetos a impulsos emocionales, sino meras maquinarias biológicas que trabajan bajo razonamientos puramente lógicos, olvidándonos de esa voz más visceral que son los sentimientos. De esta manera, conseguimos muchas veces materializar esos objetivos tan deseados, y para los que hemos trabajado con tan apasionada entrega. Sin embargo, puede que al final, el fruto de ese trabajo brote huérfano de esos mismos impulsos que hemos dejado a un lado en el camino, esos que desechamos cual lastre, para lograr la consecución de nuestra meta. Habremos logrado crear de esta manera algo tal vez magnífico, sí, pero puede que al mismo tiempo monstruoso.
 La novela gótica por antonomasia que aquí osaré analizar, nos cuenta la historia de como un hombre de ciencias se ve arrastrado por su pasión, olvidando en la vorágine de sus trabajos algo fundamental, que no es otra cosa que el puro cariño. Sin él, muchas cosas se nos despistan. Sin él, toda creación ve la luz adolecida por la falta de un hálito fundamental. Puede que al final el resultado de un duro trabajo sea grandioso, pero, sin cariño, algo le faltará sin duda. En este caso el resultado de esa desatada pasión por la ciencia es algo asombroso y digno de alabar, es cierto. Sin embargo, el vacío de ciertos impulsos emocionales, ha dado como resultado una criatura en cierto modo monstruosa. Y digo en cierto modo, porque en realidad esa monstruosidad al principio se limitaba a algo meramente superficial, a algo tan insignificante como el aspecto físico. Insignificante como debería ser, sí, pero demasiado importante para unos seres humanos que aún no han aprendido a ver más allá, a usar los ojos del alma. El doctor Frankenstein, entregado por completo a su casi milagrosa labor, dio vida a algo inerte, pero se olvidó de aportar un poco de cariño a ese hijo suyo, a esa creación extraordinaria.
 Mery Shelley nos relata esta desgarradora historia donde un ser se ve azotado por la ingratitud y la ceguera humanas. No hay piedad para un engendro salido de la nada, sin padres que lo reconozcan como suyo, sin ciudad que le acoja como a uno más de sus ciudadanos, sin un aspecto que le brinde la oportunidad de que alguien se acerque a él sin sentir odio o desprecio. Un desgraciado apátrida sediento de cariño y amistad, hambriento de caricias y harto de insultos y desprecios que no le dan tregua jamás. No hay perdón para quien exhibe una voz cavernosa y torpe y te mira desde un semblante sembrado de cicatrices horrendas. No hay ternura que ofrecer a quien camina solitario entre los bosques umbríos, mostrando siempre sus deformidades y un cuerpo gigantesco. No merece conocer el amor quien por semblante presenta una amalgama de rasgos despreciables, porque ha nacido para ser hermano del sufrimiento y la soledad. Su pecado es haber existido desafiando con sus rasgos las leyes de la armonía física, y eso es algo que los humanos no perdonan a ser alguno.
 Narrada de una forma muy emocional, directamente surgida del alma de su creadora, esta novela es, a mi juicio, una auténtica joya de la literatura universal. Ya no solamente por lo entretenida que pueda resultar su historia, sino por el trasfondo del relato, que nos muestra con crudeza la perfidia que anida en el alma del ser humano, quien en muchas ocasiones muestra lo poco evolucionado que aún está. Azotado cruelmente por el odio atávico de unos seres que rehuyen la fealdad, nuestro "monstruo" se ve arrojado a los fríos brazos del olvido y la soledad, en cuyo lecho el desgraciado ser irá alimentando una sed de venganza que le hará ponerse a la altura de aquellos quienes le han despreciado una y otra vez. Al final, quizás la humanidad haya logrado crear a un monstruo, empeñándose en ver maldad donde no la había.
 A veces, al igual que los árboles no nos dejan ver el bosque, nuestro sentido de la vista puede hacernos ciegos ante ciertas cosas que no han de escrutarse con los ojos de la cara, sino con los del alma. Mery Shelley supo retratarnos estas y otras verdades, haciendo uso para ello de diversos personajes, como por ejemplo ese anciano ciego con quien "el ser" quiso entablar amistad a toda costa.
 Un libro que desborda dramatismo y nos hace sentir una angustia casi permanente, aunque siempre con ganas de conocer un poco más, buscando un destino para nuestros personajes que, sin embargo, sabemos bien, no llegará jamás. Parece que no hubiera cabida para la felicidad en esta historia, para ninguno de sus personajes, salvo en efímeros momentos. Y sin embargo siempre queremos saber un poco más, ir devorando página tras página en busca de esa compañía que parece no querer llegar para liberar a "nuestro monstruo" de su soledad. O, tal vez, para que la justicia ciega de unos seres humanos, ebrios de prejuicios, recaiga finalmente con todo su peso sobre el alma de tan desdichada criatura.
 Revisando la historia de esta obra, me doy cuenta de que el estereotipo del doctor Frankenstein no está demasiado alejado de un personaje muy conocido por mí. Alguien que dejó aparcado a un lado, enclaustrado en lo más profundo de ese baúl que son sus pensamientos, ese sentimiento de cariño, para entregarse en cuerpo y alma a la consecución de sus trabajos científicos.  Alcanzaron ambos su objetivos, pero por el camino perdieron algo mucho más importante; la capacidad de abrazar la vida en toda su plenitud, sintiendo que su corazón no ha desechado jamás el cariño ni el amor que han de culminar toda obra o trabajo.